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El día de hoy continuamos con esta serie de publicaciones dedicada a la retórica y oratoria en la Antigua Grecia. Retomando el hilo de la publicación anterior, donde hablamos sobre las importantes figuras de Gorgias y Alcidamas, el artículo de hoy se enfoca en otra gran figura de la Antigüedad, uno de los dos mayores exponentes de la oratoria en la Antigua Grecia, Isócrates. Como en casos anteriores, el contenido a continuación se guía por el capítulo titulado “Isocrates”, por Terry L. Papillon, en el texto editado por el clasicista norteamericano Ian Worthington, titulado A Companion to Greek Rhetoric (2007), de la editorial Blackwell Publishing.
Introducción
Isócrates nació en el 436 a.C. en una familia ateniense de clase media, con un padre, Teodoro, que recientemente se había enriquecido gracias a haber fundado una exitosa fábrica de flautas. Esta nueva riqueza le permitió a Teodoro darle una esmerada educación a sus hijos, así como entrar al mundo público tras desempeñar una coregía, es decir, financiar el coro en la puesta en escena de una tragedia o comedia, uno de los impuestos atenienses a los más adinerados. Entre los maestros de Isócrates se encontraron nada más y nada menos que Gorgias, Terámenes (famoso político y orador ateniense) y Sócrates.
Isócrates habría tenido unos 37 años cuando Sócrates bebió la cicuta y murió en el 399 a.C., pero no sabemos si había sido seguidor suyo propiamente hablando, o de qué manera lo podría haber admirado. Platón, en el diálogo Fedro (278 a.C.), hace a Sócrates darle un cumplido a Isócrates, al decir que éste tiene “algo de filosofía” en sí mismo, y que bien puede que termine superando a todos los otros rhétores. Sin embargo, parece haber habido una relación más compleja entre Platón e Isócrates, una aparente rivalidad, ya que aquél abrió su escuela como respuesta directa al éxito de Isócrates con su propia escuela. No hay duda alguna de que Isócrates enseñó a más atenienses, y atenienses más prominentes, que Platón mismo; inclusive Cicerón, el pilar de la oratoria romana, tiene una frase célebre al respecto: “Y hete aquí que surgió Isócrates, ese maestro de todos los oradores, de cuya escuela salieron —cual de un caballo de Troya— tan sólo primeros espadas. Pero de ellos, unos quisieron brillar en el desfile y otros en el campo de batalla.” (Sobre el orador, 2.94.1; traducción de José Javier Iso). Isócrates también vivió en la misma época que Aristóteles y enseñó en la misma ciudad que éste, Atenas, difiriendo de opinión sobre sus métodos de estudio y enseñanza, de los cuales hablaremos más adelante.
En el 338 a.C., el mismo año en el que Filipo II de Macedonia gana la batalla decisiva contra los griegos, en Queronea, y se impone como líder del mundo heleno, en ese mismo año murió finalmente Isócrates, tras una larguísima vida de 98 años, habiendo experimentado muchos de los eventos más importantes de la historia griega: los últimos años de paz, en su niñez, consecuencia de la victoria helena sobre los persas décadas atrás; la Guerra del Peloponeso; las sucesivas hegemonías espartana y tebana sobre el mundo griego; y, finalmente, el ascenso del poder macedónico, iniciando en el 357 a.C. y culminando en el mismo año de su muerte.
La cantidad de obras atribuidas a Isócrates en la Antigüedad es bastante elevada, pero de todas ellas sólo nos sobreviven treinta: seis discursos judiciales, quince discursos políticos o públicos, y nueve cartas. Los discursos judiciales representan el rango normal de asuntos jurídicos: herencia (Eginético, 391 a.C.), posesión de bienes (Sobre el tronco de caballos, 397), contrademandas (Recurso contra Calímaco, 402), asuntos de banca (Sobre un asunto bancario, 393; Contra Eutino, 403) y agresiones (Contra Loquites, 394). Es difícil categorizar los quince discursos políticos, pero Papillon decide realizarlo en tres grupos: tratados educacionales (dos obras), discursos celebratorios de personas específicas o de Atenas (cinco obras), y discursos ofreciendo consejos (ocho obras). A continuación vamos a sobrevolar estas categorías, mencionar algunos ejemplos de cada una y explorar ideas centrales de este celebérrimo rhétor.
Discursos judiciales
Aunque poseemos seis discursos judiciales, Isócrates nos dice en una de sus otras obras, la Antídosis o Sobre el cambio de fortunas (353 a.C.), que nunca se dedicó a la profesión de logógrafo (15.36-8). Los logógrafos eran personas contratadas por acusados o acusantes para escribirles los discursos que pronunciarían en el juicio en cuestión, y ser un logógrafo era mal visto en los círculos altos de la sociedad ateniense. Puede ser que Isócrates simplemente mintiera en la obra citada por conveniencia sociopolítica posterior, poseyendo nosotros estos discursos como evidencia en contra suya, pero la opinión filológica considera que no se trata de una mentira, sino que estos seis discursos son discursos modelo, es decir, discursos ejemplares utilizados en su escuela para demostrar las habilidades que nuestro rhétor impartía a sus estudiantes, en lugar de discursos reales actualmente presentados en un juicio.
Como sea el asunto, el Eginético es un caso tanto peculiar como ejemplar. Este discurso, como se dijo antes, se refiere a la disputa de una herencia, y en este caso el oponente es una mujer. Sin embargo, como las leyes griegas no permitían a las mujeres defenderse a sí mismas en el sistema judicial, son familiares masculinos quienes componen la defensa. Ante estos, Isócrates compone un discurso con la siguiente estructura: un inicio astuto recurriendo a convenciones retóricas; una narración de los eventos en cuestión; una fuerte argumentación recurriendo tanto a la lógica como a la evidencia (en este caso jurídica, pero en otros casos podría haber sido física), así como a razonamientos éticos, todas adentrándose en la relación entre las partes; luego una refutación del oponente; y finalmente una conclusión que resume los argumentos y apela directamente al jurado. Esta estructura pasaría a la historia como la estándar en la oratoria judicial, por su probada eficacia y excelencia retórica.
Tratados educacionales
Es en su obra titulada Contra los sofistas (~390 a.C.), publicada inmediatamente tras la apertura de su escuela, así como en la ya citada y posterior obra Antídosis, que Isócrates nos expone su didáctica o filosofía educativa. Aunque la obra lastimosamente es fragmentaria y no poseemos la sección donde directamente elabora su propia propuesta, podemos ver algo de ella en una sección previa que sí poseemos, donde critica el proceder de otros maestros (16-8):
Yo sostengo que no es muy difícil llegar a dominar la ciencia de los procedimientos con los que pronunciamos y componemos todos los discursos, si uno se confía, no a los que prometen con facilidad, sino a los que saben algo sobre ello; pero elegir los procedimientos que convienen a cada asunto, combinarlos entre sí y ordenarlos convenientemente, y además no errar la oportunidad, sino esmaltar con habilidad los pensamientos que van bien a todo el discurso y dar a las palabras una disposición rítmica y musical, eso requiere mucho cuidado y es tarea de un espíritu valiente y capaz de tener opinión propia; es necesario que el discípulo, además de tener una naturaleza adecuada, haya aprendido las figuras retóricas y se haya ejercitado en sus usos, y que el maestro explique esto de la manera más precisa posible y no omita nada de lo que debe enseñar, y que, de lo restante, se presente a sí mismo como un ejemplo de tal calidad, que los formados por él y capaces de imitarle, aparezcan pronto como oradores más floridos y gratos que los demás. Y si todo esto llega a coincidir, los que se dedican a la filosofía llegarán a su meta; pero si quedara olvidado algo de lo dicho, necesariamente en ese punto estarían peor los que estudian.
traducción de Juan Manual Guzmán Hermida
Aquí podemos discernir la tríada educativa de Isócrates: (i) el estudiante debe poseer una habilidad natural; (ii) el maestro debe presentar lo enseñable, y para lo que no se puede enseñar debe ser un ejemplo a seguir por el estudiante; y (iii) el estudiante debe practicar. El buen estudiante, además, también es capaz de tres cosas: (i) sabe reaccionar en el momento y aprovechar las oportunidades (καιρός), (ii) se encarga de asuntos de estilo, y (iii) posee una mente que recurre a la experiencia razonada (δόξα). Ahondaremos un poco más en este último concepto posteriormente en este artículo.
En el Antídosis, al igual que en el discurso recién citado, Isócrates emprende una defensa cuasi-judicial de sí mismo, ante ataques y críticas de otros, donde debe redimirse no solamente a sí mismo, sino también a su carrera educativa. Estos ataques, nos dice el rhétor, provienen de la ignorancia de lo que él realmente hace y de la envidia por su habilidad y éxito: poco puede haber sobre lo segundo, pero al menos puede clarificar cosas y tratar de dispersar lo primero. En la primera parte se defiende de los cargos ficticios de sus acusantes, recurriendo a la argumentación y al uso de testigos, aunque curiosamente en este caso los testigos son secciones de sus propios discursos, que evidencian sus lealtades, valores y preocupaciones. En esta primera parte llega inclusive a criticar el tipo de educación que Platón ofrece, su aparente rival (84-6):
Ahora bien, nosotros somos claramente más sinceros y útiles que quienes pretenden exhortar hacia la prudencia y la justicia. Pues éstos invitan a una virtud y sensatez desconocidas por los demás y discutidas por ellos mismos; yo, en cambio, a una virtud reconocida por todos. A aquéllos les basta si pueden atraer a algunos a su enseñanza con el prestigio de sus nombres. Pero nunca se verá que yo haya llamado junto a mí a ningún ciudadano particular, sino que intento convencer a toda la ciudad para que emprenda acciones capaces de hacernos felices y que libren a los demás griegos de los males presentes. Y si uno se esfuerza en animar a todos los ciudadanos a que gobiernen mejor y con más justicia a los griegos ¿cómo va a ser lógico que este hombre corrompa a quienes están con él? Y quien es capaz de componer semejantes discursos, ¿cómo intentaría buscarlos malos y con malos argumentos, sobre todo cuando ha conseguido con ellos lo que yo?
traducción de Juan Manual Guzmán Hermida
En la segunda mitad de esta obra, donde defiende su filosofía educativa, ahonda un poco más en el proceso educativo mismo:
Cuando reciben discípulos, los profesores de educación física les enseñan las posiciones inventadas para el ejercicio gimnástico y los de filosofía explican a sus discípulos todos los procedimientos que utiliza el discurso. Después de haberles dado a conocer esto y tras examinarles minuciosamente, de nuevo les adiestran en ellos y les obligan a acostumbrarse al trabajo y a repetir cada cosa de las que aprendieron, para que las retengan con más firmeza y sus conocimientos se ajusten mejor a las circunstancias. Y aunque se sepan, es imposible abarcarlas, ya que en todos los asuntos las circunstancias escapan a los conocimientos. Pero quienes ponen más atención y pueden observar lo que suele ocurrir, las alcanzan muy frecuentemente. Al preocuparse de este modo, ambas clases de maestros pueden hacer avanzar a los alumnos en su educación hasta que llegan a ser mejores que ellos mismos y tener unos mejor inteligencia, otros más aptitudes físicas. Pero ni unos ni otros pueden conseguir aquella ciencia que haga atletas a quienes quieran ni oradores capaces, sino que contribuyen en parte, pero esas capacidades completas surgen en quienes destacan por sus condiciones naturales y por su dedicación.
traducción de Juan Manuel Guzmán Hermida
Si bien la tríada de habilidad estudiantil, enseñanza del maestro y práctica por el estudiante son un todo unificado, no es un todo balanceado de manera equitativa, sino que Isócrates considera que el talento natural del estudiante es lo más importante de las tres cosas.
Su método de enseñanza también se erige sobre una importante distinción entre dos conceptos griegos, επιστήμη vs δόξα:
Puesto que la naturaleza humana no puede adquirir una ciencia con la que podamos saber lo que hay que hacer o decir [επιστήμη], en el resto de los saberes considero sabios a quienes son capaces de alcanzar lo mejor con sus opiniones [δόξα], y filósofos a los que se dedican a unas actividades con las que rápidamente conseguirán esta inteligencia.
traducción de Juan Manuel Guzmán Hermida
Este primer concepto, επιστήμη, en un contexto filosófico, significa el conocimiento absoluto, verdadero y último, objetivo indiscutible de escuelas filosóficas como la platónica. Pues bien, Isócrates, que acaso podemos llamar realista, en contraposición con un idealismo filosófico como el platónico, considera que este concepto de επιστήμη es irrealista e inalcanzable. Entonces, al no ser alcanzable, lo mejor a lo que podemos aspirar los mortales es a la δόξα, que literalmente significa “opinión”, pero en Isócrates estaría mejor traducido como “experiencia razonada”; es decir, el pensamiento más refinado y excelente que podemos obtener tras nutrirnos de la experiencia y analizarla a la luz de la razón. La educación que propone Isócrates, por lo tanto, permite que el estudiante llegue a reconocer momentos y oportunidades (καιροί), y que los aproveche mediante su δόξα. Por lo tanto, es crucial que sus estudiantes aprendan a responder de maneras flexibles e ingeniosas a situaciones diversas, de acuerdo con esta “experiencia razonada”, en lugar de utilizar un modelo rígido para lidiar con una realidad cambiante.
Específicamente en el campo de la retórica, Isócrates recurre a la analogía de las letras y las palabras: si bien la función de las letras es rígida y estable, es decir, siempre utilizamos las mismas letras para los mismos sonidos, esto ya no es así para la función de las palabras que formamos con ellas, puesto que la utilización de una palabra por diferentes personas o en diferentes situaciones puede ser perfectamente adecuada o completamente inadecuada. De esta manera, el hombre que es capaz de hablar más dignamente y que es capaz de descubrir y decir cosas que nadie ha dicho antes es el que nos resulta más hábil y admirable. La mayor indicación de esta diferencia radica en que los buenos discursos deben adecuarse a y reflejar las circunstancias específicas del momento (καιροί), ser adecuados, apropiados y decorosos (πρέπον), así como originales.
Es así que Isócrates nos expone una visión de la educación que combina rigor, flexibilidad y concentración en el progreso individual del estudiante, pero sin descuidar tampoco el aspecto moral. Su entrenamiento mediante discursos modelo provee a los estudiantes de la oportunidad de leer obras con temas nobles y sublimes, lo cual tiene un efecto moral positivo: “ocúpate en hablar de buenas costumbres, para que te habitúes a sentir lo mismo que dices” (A Nicocles, 370 a.C.), pero el rhétor tampoco nos promete lo imposible:
Y que nadie piense que yo digo que la justicia es cosa enseñable; pues, en general, creo que no existe ciencia alguna que inspire la prudencia y la justicia a los que han nacido mal dispuestos para la virtud. Pero no dejo de creer que el estudio de los discursos políticos anima y ejercita muchísimo.
traducción de Juan Manuel Guzmán Hermida
Como ya dijimos antes, Isócrates fue el primero que abrió una escuela en Atenas, y Platón parece haber inaugurado la suya en respuesta directa a Isócrates y su éxito, ofreciendo un sistema filosófico enfocado en la επιστήμη, así como mucho menos preocupado por la política, entendiendo por esta palabra los asuntos públicos relativos a la administración, bienestar y defensa de la polis. A Isócrates también se opuso Aristóteles, quien inclusive llegó a decir, mientras daba conferencias en su Academia, que sería un error mantenerse en silencio y permitir a Isócrates hablar. Aristóteles llegaría luego a componer un tratado sobre la retórica, que ha sobrevivido hasta nuestros días como la autoridad última en el tema, pero en el cual discernimos un método mucho más sistemático y rígido que el de Isócrates, más científico, si se quiere, que artístico, más descriptivo y analítico que práctico y educativo.
Discursos celebratorios
Prosigamos ahora con otra categoría, la de los discursos celebratorios o de encomio. Papillon divide éstos en dos subcategorías: los que elogian a individuos, como el Evágoras (370 a.C.), Elogio de Helena (370 a.C.) y Busiris (391 a.C.), y los que alaban a Atenas misma, como el Panegírico (380 a.C.) y Panatenaico (342 a.C.). En la primera subcategoría, los tres discursos siguen un tratamiento similar de los personajes, recurriendo a temas como sus ascendencias, nacimientos, juventud, actividades o logros en su adultez, conexiones gracias a sus matrimonios, influencias sobre otros, muertes y las implicaciones de sus muertes; en efecto, esto se llegaría a estandarizar formalmente décadas y siglos después en la tradición retórica, específicamente para el subgénero epidíctico del encomio (ahondaremos en estas clasificaciones en posteriores artículos).
En el caso de los discursos sobre Atenas, su más famosa y característica obra, el Panegírico, está compuesta como si fuera un discurso ante todos los griegos, congregados en un festival panhelénico, lo cual naturalmente representaría una oportunidad única para una ejercitación oratoria que enfatizara la unidad griega. El autor mismo caracteriza este discurso como un πανηγυρικός λόγος, literalmente, un discurso para toda la multitud de personas congregadas en un lugar, y este discurso continua la tradición de los discursos olímpicos de Gorgias y Lisias. Cuando este discurso fue publicado, Esparta se mantenía todavía como el primer poder en Grecia, tras su victoria en la Guerra del Peloponeso, pero las tensiones empezaban a incrementar, particularmente con Tebas, lo que volvía el futuro bastante incierto. Isócrates aprovecha este momento para proponer una solución: la manera de liberar toda esta presión interna en Grecia, el eterno conflicto y rivalidades entre ciudades-estado, radica en hacerlas dejar de lado esa animosidad al unirse en una campaña única contra Persia. Esta resultaría ser precisamente la política exterior que adoptaría Filipo II de Macedonia décadas después, conquistando Grecia y uniéndola bajo su mando, con la excepción de Esparta, y luego su hijo, Alejandro III de Macedonia, Alejandro El Grande, marchando un ejército macedonio y panhelénico contra Persia. La tradición nos indica que Isócrates no presentó este discurso oralmente, sino que lo escribió y circuló entre una amplia audiencia lectora, como con la mayoría, si no es que la totalidad, de sus obras.
Isócrates siempre se presenta en sus discursos confiado, pedagógico y crítico, y consistentemente enfatiza la idea de que la labor más importante es trabajar para el bienestar de la polis. Esto lo podemos ver reflejado en el pasaje inicial de este mismo discurso del que hemos venido hablando, el Panegírico (1-3):
Con frecuencia me ha causado asombro que quienes convocaron las fiestas solemnes y establecieron los certámenes gimnásticos consideraran merecedores de tan enormes premios los éxitos físicos y que, en cambio, a los que particularmente se esforzaron por el interés común y tanto aprestaron sus espíritus para ayudar a los demás, no les concedieran honor alguno. A estos últimos hubiera sido lógico prestarles más atención; porque si los atletas duplicaran su fuerza no resultaría mayor beneficio para los demás, pero de un sólo hombre inteligente se beneficiarían todos los que quisieran participar de su pensamiento. No elegí quedarme cruzado de brazos porque esto me descorazonara, antes bien, tras considerar que para mí sería premio suficiente la fama que me resultare de este mismo discurso, vengo a aconsejar la guerra contra los bárbaros y la concordia entre nosotros.
traducción de Juan Manuel Guzmán Hermida
Discursos de consejo
Estos discursos, irónicamente, nunca fueron presentados como tales, y términos más técnicos para ellos serían el de παραινέσεις en griego o suasoriae en latín, que dicho muy generalmente significan exhortación de consejo o persuasión. Los podemos dividir en dos subcategorías, los que ofrecen consejo en situaciones específicas y los que lo ofrecen en términos generales. En la primera subcategoría tenemos Filipo (346 a.C.), Arquidamo (366), Areopagítico (357), Sobre la paz (355) y Plateense (373-1); en la segunda tenemos A Demónico (374), A Nicocles (374) y Nicocles (o Los chipriotas, 372). A continuación veremos un ejemplo de cada tipo.
Uno de los discursos más famosos de Isócrates es el Filipo del 346, en el cual promueve la misma política panhelénica anti-persa a la que ya aludimos, pero la diferencia entre ambos discursos es que en este segundo la posición de Atenas ya es muy diferente. Si en el Panegírico ya había promovido esta política, en el cual Isócrates proponía que Esparta y Atenas compartieran el comando de las tropas griegas en dicha campaña, ahora décadas después, en este Filipo, dado el vacío de poder en Grecia tras los períodos de hegemonía espartana y tebana, Isócrates se dirige a este monarca macedónico y ve en él la esperanza de la unificación de Grecia (30):
“Sostengo que te es necesario, sin descuidar ningún asunto tuyo particular, que intentes reconciliarte a la ciudad de los argivos, a la de los lacedemonios, a la de los tebanos y a la nuestra. Si pudieras unirlas, sin dificultad lograrías que las demás tuvieran el mismo parecer.”
traducción de Juan Manuel Guzmán Hermida
La mitad del discurso se centra en el tema de la unificación de Grecia, y la otra mitad en la hipotética campaña contra Persia, tratando de convencer y aconsejar a Filipo II en dichos temas. Todo esto contrasta con la actitud de Demóstenes (384-322 a.C.), el otro legendario rhétor de la Antigua Grecia, contemporáneo y enemigo encarnizado de Isócrates, quien compuso dos series de tres discursos, las Filípicas (350, 343, 341 a.C.) y las Olínticas (349). Demóstenes lideraba una oposición que representaba a un bando político, filosófico y económico de atenienses demócratas nacionalistas, contra un bando aristocrático y panhelénico que extendía sus manos a los macedonios, encabezado por Isócrates. Mientras Demóstenes veía en Filipo II nada más que un bárbaro y una amenaza, Isócrates veía en él a un hombre de herencia griega (en efecto, su linaje y dinastía se remontaban a Heracles, también conocido como Hércules) y el único capaz de unificar a los griegos, acabando con siglos de guerras intestinas e inútiles:
Heracles, al ver que Grecia estaba llena de guerras, revueltas y de muchas otras calamidades, hizo cesar esto y reconcilió a las ciudades entre sí. Señaló a la posteridad con quiénes conviene hacer la guerra y contra qué enemigos. Hizo una expedición contra Troya, entonces la mayor potencia de Asia, y tanto se destacó por su estrategia de los que después hicieron esta guerra, que estos últimos con dificultad la conquistaron en diez años contando con el poder de Grecia, pero Heracles fácilmente la tomó por la fuerza en diez días o menos, y con pocos compañeros. Tras esto, mató a todos los reyes de los pueblos que habitan una y otra ribera del continente. Y no los habría podido tomar si no se hubiera impuesto sobre su poder. Cuando realizó estas hazañas, levantó las columnas llamadas de Heracles, trofeo sobre los bárbaros, recuerdo de su virtud y de los peligros corridos, y límites del territorio griego. Te he explicado esto para que sepas que con mi discurso te estoy invitando a unas acciones que tus antepasados eligieron claramente con sus actos como las más hermosas. Es necesario que todos los inteligentes tomen como modelo al más fuerte e intenten emularle, y esto sobre todo te conviene a ti. Porque, al no ser preciso que tomes ejemplos ajenos sino propios, ¿cómo no es lógico que te animes y rivalices para hacerte semejante a tu antepasado?
traducción de Juan Manuel Guzmán Hermida
El liderazgo de Filipo en la Tercera Guerra Sagrada (355-346 a.C.), guerra centrada en Delfos, lugar eminentemente sagrado para los griegos, indica que los griegos en efecto veían a Filipo como otro griego más, y la cantidad de discursos de Demóstenes contra él, así como la notable frustración del orador contra su propio pueblo ateniense, tratando de convencerlo de una política antimacedónica, también nos señala que le resultaba bastante difícil
Hay realmente poca o ninguna diferencia entre estos discursos de consejo que hemos venido mencionando y la otra categoría de “cartas”, mencionada al principio del presente artículo. La estructura, objetivos y audiencia es prácticamente equivalente, y no hay alguna característica distintiva, más allá de tal vez la extensión (siendo las cartas mucho más breves), pero la tradición ha mantenido dicha separación. El rango temporal de estas cartas va del 368 al 338 a.C., y en orden cronológico son: A Dioniso [de Siracusa] (368 a.C.), A los hijos de Jasón [de Feras] (359), A Arquidamo (356), A los magistrados de Mitilene (350), A Timoteo (345), A Filipo (342), A Alejandro (342), A Antípatro (340) y A Filipo (338).
Estilo
El Panegírico, mencionado previamente, no sólo es el mejor ejemplo de las ideas de liderazgo político de Isócrates, y de su papel pedagógico en dicho liderazgo, sino también del estilo “fluido” del autor. A menudo se le ha caracterizado como representante de un “estilo medio”, entre la simplicidad del estilo escueto de Lisias y la energía vigorosa del estilo grandioso de Demóstenes. Este estilo de Isócrates se puede explicar mediante tres componentes: la naturaleza compleja de sus oraciones, la fluidez de su prosa y la consistencia de su estilo a lo largo de extensos discursos. Sobre esta consistencia, a menudo se le ha criticado a Isócrates el mantener su estilo bastante consistente a través de prolongados discursos, lo cual, si bien ayuda al lector a familiarizarse con el autor y sus ideas, y a seguirlo cómodamente, también puede crear algún tipo de tedio o efecto sedante. Sin embargo, entre obras, si bien no dentro de ellas, sí se puede encontrar una mucha mayor variedad estilística, adecuada a las diferentes funciones de los diferentes discursos.
Con respecto a la fluidez de su prosa, Isócrates lo logra mediante tres técnicas: el uso del paralelismo en su estructura discursiva, su evitación de hiatos y la atención dedicada al ritmo. La primera de estas surge de la influencia de Gorgias, y el uso de las figuras retóricas de la antítesis, parison e isocolon. Isócrates también evade el hiato entre palabras, ya que éste fuerza una interrupción en el flujo del discurso, por lo que reordena las palabras de manera que suceda lo menos posible; esta es una característica retórica de Isócrates bastante renombrada y adoptada a través de los siglos. Con respecto al ritmo, es difícil ahondar en él si no se posee un conocimiento profundo de la lengua griega, algo que no presumimos de nuestros lectores, pero baste decir que Isócrates se nutrió de la tradición poética para dotar de un placentero y efectivo ritmo a sus discursos.
Finalmente, con respecto a la complejidad de las oraciones en Isócrates, podemos decir en un principio que la complejidad de la oración corresponde con la complejidad del pensamiento. Por lo tanto, habrán oraciones sencillas y directas que comunican ideas concretas y simples, pero también otras oraciones de una increíble longitud y vertiginosa composición, las cuales nos comunican sus ideas más importantes y complejas. Esto lo logra mediante un uso elaborado de oraciones subordinadas y frases de participio que enfatizan sus pensamientos. A continuación podemos ver un ejemplo de esta complejidad y subordinación (Panegírico, 47-50):
El amor por la sabiduría [φιλοσοφία], entonces, la cual nos ha ayudado a descubrir y establecer todo lo que hace grande a Atenas, la cual nos ha educado para asuntos prácticos y nos ha hecho gentiles en nuestras relaciones mutuas, la cual ha distinguido entre infortunios por ignorancia y aquellos por necesidad y nos ha enseñado a prevenirnos ante los primeros y soportar los segundos, este amor por la sabiduría fue hecho manifiesto por nuestra ciudad, y también honró al Discurso [λόγος], el cual todos desean y envidian a quienes lo dominan, reconociendo, por una parte, que esta es la característica natural que nos distingue de los animales, y que gracias a la ventaja que nos proporciona sobresalimos en todas las otras cosas, y viendo, por otra parte, que en otras áreas la fortuna es caprichosa, de tal manera que en esas áreas los sabios fracasan y los ignorantes tienen éxito, y que los malvados no están dotados de habla noble y artística, sino que ésta es el producto de un alma culta, y que los sabios y los ignorantes más difieren entre sí en este punto, y que los educados liberalmente, desde el principio, no se reconocen por coraje y riquezas y tales beneficios, sino que principalmente por cómo hablan, y que los que usan el habla de buena manera no sólo son poderosos en sus propias ciudades, sino también honrados entre otros hombres; y a tal extremo ha nuestra ciudad superado al resto de la humanidad en sabiduría y oratoria que sus estudiantes se han vuelto los maestros de otros, y ha hecho que el nombre de ‘helenos’ ya no parezca el de un pueblo, sino el de un tipo de inteligencia, y que más bien son llamados griegos quienes comparten nuestra educación, en lugar de nuestra sangre.
traducción propia, directa del griego
En esta sección, Isócrates quiere enfatizar que Atenas descubrió y fue la primera en valorar la filosofía y el habla discursiva (logos). Para aseverarnos esto, y para hacerlo lo más poderoso posible, prepara al lector con varios pensamientos y confirma la idea principal únicamente después de aquéllos. Es decir, nos marca claramente el tema con la primera palabra (filosofía, o amor por la sabiduría), pero inmediatamente nos introduce una sucesión de oraciones subordinadas que nos demuestran lo valiosa que es la filosofía, creando un suspenso y expectativa mientras esperamos el resto de la oración principal, el verbo y el sujeto. Una vez que arriba a la oración principal, habiendo demostrado el valor del amor por la sabiduría, nos dice que Atenas reveló esto al mundo y que honra a Logos (habla discursiva), inmediatamente prosiguiendo con una segunda serie de oraciones subordinadas que muestran cómo el habla discursiva utiliza la filosofía para traer muchos beneficios a los seres humanos. Este tipo de composición nos mantiene atrapados como lectores, buscando la conclusión de la idea principal navegando a través de muchas ideas secundarias, proveyéndonos de una idea compleja y sofisticada del asunto en el proceso.
Influencia
Aunque actualmente hay algo de discusión sobre el grado de influencia que Isócrates tuvo sobre personajes y eventos de su época, pero es innegable que ésta fue considerable. Hemos visto ya cómo estudió bajo Sócrates, rivalizó pedagógicamente con Platón y Aristóteles, educó varias generaciones de renombrados políticos y generales, aconsejó políticas panhelénicas y dirigió cartas a Filipo II y Alejandro III de Macedonia. Isócrates también fue apasionadamente opuesto por Demóstenes, el otro orador griego de legendario renombre, oposición que representaba a todo un bando político, filosófico y económico de atenienses demócratas nacionalistas, contra un bando aristocrático y panhelénico que extendía sus manos a los macedonios, encabezado por Isócrates. Este rhétor también ejerció una influencia póstuma de tres maneras: (i) como modelo ejemplar del “estilo medio” retórico, luego adoptado por Cicerón en Roma; (ii) contribuyendo fundacionalmente a la tradición educativa occidental en las artes liberales (algo típicamente relegado también a Cicerón, quien sin embargo, como ya vimos, confiesa su deuda a Isócrates), enfatizando la necesidad de una educación amplia y variada, la utilización de este conocimiento en momentos oportunos, recurriendo al pensamiento crítico y con un énfasis literario; y (iii) nutriendo a Occidente con una gran cantidad de preceptos, sentencias, proverbios y consejos morales, vitales para la educación ética de jóvenes y futuros caudillos, presentes en sus discursos chipriotas, principalmente el A Demónico.
En el siguiente artículo de esta línea temática, haremos una pausa en la exploración de grandes personajes en la retórica, y más bien ahondaremos en la función que la retórica y oratoria poseyeron en una de las máximas expresiones artísticas de los griegos antiguos, la tragedia.