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En el presente artículo vamos a realizar un ejercicio de análisis retórico en la Ilíada de Homero, de acuerdo con las ideas expuestas por Hanna M. Roisman en el capítulo titulado “Right Rhetoric in Homer”, en el texto editado por el clasicista norteamericano Ian Worthington, titulado A Companion to Greek Rhetoric (2007), de la editorial Blackwell Publishing.
El habla discursiva posee una gran importancia en la Ilíada, con casi la mitad de todos sus versos consistiendo en diálogo directo, pues es a través de sus palabras que Homero revela la individualidad del carácter de sus personajes. A pesar de ser un poema épico y marcial, los héroes de Homero pasan más tiempo hablando que luchando. Tanto en el campamento griego como en la ciudad de Troya, así como en el Olimpo mismo, discusiones formales donde los personajes buscan convencer a los otros sobre cuál es la mejor manera de actuar ante cierta situación abundan y son una constante. El habla persuasiva, por lo tanto, es un elemento importante en dicha obra, y hasta podríamos divisar, entre versos, una reflexión, e inclusive, si se quiere, una teoría implícita sobre la retórica en Homero. Esto no resulta tan descabellado cuando reconocemos que el narrador mismo a menudo resalta la naturaleza y calidad del habla de los héroes, y cómo en varias ocasiones se equipara la habilidad oratoria con la habilidad bélica como áreas de igual importancia en las cuales un héroe debe sobresalir para efectivamente cumplir su papel de héroe, de rey y de caudillo de hombres.
En esta ocasión vamos a examinar los discursos de Tersites (2.225-242) y Odiseo (2.284-332) en la Ilíada. En el segundo canto de la Ilíada, Zeus envía un mensaje en sueños a Agamemnón, el comandante en jefe de los griegos, para urgirlo a atacar Troya, prometiéndole que la conquistaría en ese mismo día. Esto, sin embargo, era un engaño, y Zeus en realidad quería infligir grandes bajas a los griegos como una manera de honrar a Aquiles, el más fuerte y noble de los griegos, quien en el primer canto, luego de una ofensa de Agamemnón, se rehúsa a seguir luchando, manteniéndose neutral y alejado de la batalla. El plan de Zeus, entonces, era poner a los griegos en un aprieto para que Agamemnón tuviera que disculparse con Aquiles, apaciguar su ira y remediar su orgullo, en justo reconocimiento de su valía heroica, para convencerlo de reincorporarse a la batalla. Agamemnón, al despertarse, convoca a los diferentes reyes y generales y les transmite el sueño con la promesa de victoria, pero también les dice que, para probar la determinación de las tropas, va a reunir a los soldados en asamblea y va a tratar de instarlos a abandonar el campo de batalla y regresar a casa. En efecto, los heraldos convocan las tropas, Agamemnón les dice que por la apariencia de las cosas nunca podrán conquistar Troya, y que es hora de volver a sus hogares y reencontrarse con sus esposas e hijos. Los soldados, conmovidos, se agitan y corren hacia las naves, creando una gran nube de polvo entre sus clamores de emoción y urgencia. En este momento Hera envía a Atenea, ambas del lado de los griegos, para urgir a Odiseo, héroe griego de gran astucia y perspicacia, a detener la retirada y convencer a las tropas de permanecer y atacar a los troyanos. Odiseo logra reconformar la asamblea, pero antes de poder tomar la palabra un personaje llamado Tersites eleva su voz.
El discurso de Tersites

“Todos se fueron sentando y se contuvieron en sus sitios.
El único que con desmedidas palabras graznaba aún era Tersites,
que en sus mientes sabía muchas y desordenadas palabras
para disputar con los reyes locamente, pero no con orden,
sino en lo que le parecía que a ojos de los argivos [griegos] ridículo
iba a ser. Era el hombre más indigno llegado al pie de Troya:
era patizambo y cojo de una pierna; tenía ambos hombros
encorvados y contraídos sobre el pecho; y por arriba
tenía cabeza picuda, y encima una rala pelusa floreaba.
Era el más odioso sobre todo para Aquiles y para Ulises [Odiseo],
a quienes solía recriminar. Mas entonces al divino Agamenón
injuriaba en un frenesí de estridentes chillidos. Los aqueos [griegos]
le tenían horrible rencor y su ánimo se llenó de indignación.
Mas él con grandes gritos recriminaba a Agamenón de palabra:
«¡Atrida [Agamemnón]! ¿De qué te quejas otra vez y de qué careces?
Llenas están tus tiendas de bronce, y muchas mujeres
hay en tus tiendas para ti reservadas, que los aqueos [griegos]
te damos antes que a nadie cuando una ciudadela saqueamos.
¿Es que aún necesitas también el oro que te traiga alguno
de los troyanos, domadores de caballos, de Ilio [Troya] como rescate
por el hijo que hayamos traído atado yo u otro de los aqueos [griegos],
o una mujer joven, para unirte con ella en el amor,
y a la que tú solo retengas lejos? No está bien
que quien es el jefe arruine a los hijos de los aqueos [griegos].
¡Blandos, ruines baldones, aqueas [griegas], que ya no aqueos [griegos]!
A casa, sí, regresemos con las naves, y dejemos a éste
aquí mismo en Troya digerir el botín, para que así vea
si nosotros contribuimos o no en algo con nuestra ayuda
quien también ahora a Aquiles, varón muy superior a él,
ha deshonrado y quitado el botín y lo retiene en su poder.
Mas no hay ira en las mientes de Aquiles, sino indulgencia;
si no, Atrida [Agamemnón], ésta de ahora habría sido tu última afrenta.»
Así habló recriminando a Agamenón, pastor de huestes,
Tersites.”
traducción de Emilio Crespo Güemes
Los versos previos al discurso de Tersites nos presentan al personaje, así como la reputación que poseía entre los soldados y los reyes. El narrador mismo nos califica de adelantado las cualidades oratorias de este personaje de manera negativa, y nos sugiere sutilmente que nos va a presentar su discurso como un ejemplo de habilidad verbal empleada y ejecutada de manera incorrecta.
Tersites inicia, abruptamente, con una increpación a Agamemnón, demostrando la perspicacia psicológica y habilidad lingüística al utilizar las privaciones y frustraciones de las tropas para condicionarlos hacia su futura propuesta, el volver a casa, mediante la envidia y el resentimiento hacia el primero de entre los reyes. Las palabras de Tersites mueven a los soldados a verse a sí mismos como valientes y leales, sacrificándose por un comandante indigno, y culpando a éste directamente por los sufrimientos de ellos. Se insinúa, de manera poco velada, que Agamemnón está comandando la guerra en Troya motivado sólo por su propia ganancia personal, a costa de las tropas.
Luego Tersites se dirige a los soldados, y a ellos también increpa, llamándolos cobardes, tomando una postura de supuesta superioridad para intimidarlos a aceptar su propuesta. Sin embargo, esta propuesta, de volver a casa y abandonar a Agamemnón en Troya, nunca es justificada racionalmente por Tersites. Emplea, en su lugar, un argumento por proximidad: la máxima de “no es correcto que el jefe perjudique a sus soldados” es algo que nadie debatiría, pero es presentando de tal manera que el asentimiento ante dicha máxima lleva a la aparente condena por culpabilidad de Agamemnón. Finalmente, la alusión a la injuria a Aquiles por parte de aquél, que también nadie debatiría, al arrebatarle su justo botín, implica una analogía entre las tropas y Aquiles, elevándolos a la altura del héroe y justificando preventivamente su abandono del campo de batalla como un acto que busca restablecer su honor y dignidad, en completa concordancia con la motivación detrás de la acción del mismo Aquiles. Sin embargo, estas sutiles implicaciones resultan en no más que adulación y exageración de la postura del soldado común.
Las últimas líneas no son más que una velada amenaza al rey, la cúspide de arrogancia y locura, al no tener el poder para respaldar dicha amenaza ni el derecho a hablar por Aquiles. Dicha presunción es todavía más odiosa cuando recordamos los versos previos al discurso, donde se nos informa que Aquiles detestaba a Tersites. Sin embargo, por más ridícula y vacía que es la amenaza, la enumeración de las transgresiones de Agamemnón y la injuria de éste a Aquiles proveen una espuria justificación emocional a su discurso.
Queda entonces clara la habilidad de Tersites de atizar las emociones de su audiencia en ausencia de argumentos racionales, así como las cualidades conflictivas, quejumbrosas y ofensivas del discurso de Tersites, el cual resulta desordenado, inapropiado, excesivo, absurdo y manipulativo.
El discurso de Odiseo
Tras haber concluido Tersites su discurso, Odiseo le recrimina su impertinencia y lo golpea con el cetro, haciéndolo sentarse y callarse. Las tropas se ríen de Tersites, y murmuran una aprobación de las acciones de Odiseo, quien procede a ofrecer su propio discurso ante las tropas:
“«¡Atrida [Agamemnón]! Ahora a ti, soberano, quieren los aqueos [griegos]
dejarte como el más desmentido entre los míseros mortales,
y pretenden no cumplir la promesa que te hicieron cuando aún
estaban en ruta hacia aquí desde Argos, pastizal de caballos:
regresar sólo tras haber saqueado la bien amurallada Ilio [Troya];
pues he aquí que como tiernos niños o como mujeres viudas,
unos con otros se lamentan de que quieren regresar a casa.
Cierto que es dura tarea regresar a casa lleno de tristeza;
cualquiera que permanece un solo mes lejos de su esposa
con la nave, de numerosos bancos, se impacienta,
si los vendavales invernales y el mar encrespado lo acorralan.
Para nosotros este que pasa girando es ya el noveno año
que aguantamos aquí. Por eso no puedo vituperar a los aqueos [griegos]
por impacientarse junto a las corvas naves. Pero, aun así,
es una vergüenza aguantar aquí tanto tiempo y volver de vacío.
Resistid, amigos, y permaneced un tiempo, hasta que sepamos
si el vaticinio de Calcante es verídico o no.
Lo recordamos bien en nuestras mientes, y de ello sois todos
testigos, excepto a quienes las parcas de la muerte llevaron.
Parece que fue ayer o anteayer cuando las naves de los aqueos [griegos]
se unieron en Áulide para traer la ruina a Príamo y los troyanos,
y nosotros estábamos alrededor del manantial en sacros altares
sacrificando en honor de los inmortales cumplidas hecatombes
bajo un bello plátano de donde fluía cristalina agua. Entonces
apareció un gran portento: una serpiente de lomo rojo intenso,
pavorosa, que seguro que el Olímpico [Zeus] en persona sacó a la luz,
y que emergió de debajo del altar y se lanzó al plátano.
Allí había unos polluelos de gorrión recién nacidos, tiernas criaturas
sobre la cimera rama, acurrucados de terror bajo las hojas:
eran ocho, y la novena era la madre que había tenido a los hijos.
Entonces aquélla los fue devorando entre sus gorjeos lastimeros,
y a la madre, que revoloteaba alrededor de sus hijos llena de pena,
con sus anillos la prendió del ala mientras piaba alrededor.
Tras devorar a los hijos del gorrión y a la propia madre,
la hizo muy conspicua el dios que la había hecho aparecer;
pues la convirtió en piedra el taimado hijo de Crono [Zeus].
Y nosotros, quietos de pie, admirábamos el suceso.
Tan graves prodigios interrumpieron las hecatombes de los dioses.
Calcante entonces tomó la palabra y pronunció este vaticinio:
«¿Por qué os quedáis suspensos, aqueos [griegos], de melenuda cabellera?
El providente Zeus nos ha mostrado este elevado portento,
tardío en llegar y en cumplirse, cuya gloria nunca perecerá.
Igual que ésa ha devorado a los hijos del gorrión y a la madre,
los ocho, y la novena era la madre que había tenido a los hijos,
también nosotros combatiremos allí el mismo número de años
y al décimo tomaremos la ciudad, de anchas calles».
Eso es lo que aquél proclamó, y todo se está cumpliendo ahora.
Mas, ea, permaneced todos, aqueos [griegos], de buenas grebas,
aquí mismo hasta conquistar la elevada ciudad de Príamo.»
Así habló, y los argivos [griegos] gritaron —las naves alrededor
resonaron pavorosamente a causa del griterío de los aqueos [griegos]—,
elogiando la propuesta del divino Ulises [Odiseo].
traducción de Emilio Crespo Güemes
Inmediatamente previo a las palabras de Odiseo, Homero nos lo describe como “saqueador de ciudades”, y nos narra que se erige, para dar el discurso, con cetro en mano. Esto se contrapone a la descripción física y moral de Tersites previo a sus palabras, y ya nos adelanta que el contraste entre ambos yacerá más en la diferencia de sus caracteres y disposiciones, y no tanto en su habilidad verbal. Así, el discurso que va a presentar Odiseo viene respaldado por su experiencia y conocimiento personal de asuntos militares, que es precisamente lo que se discute en el momento, así como por su coraje marcial y su decoro al dirigirse al público de la manera apropiada y aceptada (con el cetro en mano). Tersites, por contraste, exhibió ninguna de estas cualidades. Homero también nos dice que Atenea misma calla a la multitud para que Odiseo pueda hablar, lo que nos sugiere que éste está por presentar un discurso racional, siendo la racionalidad un atributo de la diosa; luego el poeta nos dice que Odiseo “lleno de buenos sentimientos hacia ellos, tomó la palabra y dijo…”, lo cual además nos refuerza la presentación de su discurso con la idea de que está hablando de manera bien intencionada.
Odiseo inicia su discurso también dirigiéndose directamente a Agamemnón, pero el tono es completamente diferente al de Tersites: respetuoso, moderado y lógico; nótese que lo reconoce y alude como soberano, restaurando su estatus ante las tropas luego del abuso e irrespeto de Tersites. Odiseo tampoco lo critica directamente, sino que transfiere la atención de las flaquezas de Agamemnón hacia más bien los lapsos en la conducta de los soldados mismos. Recrimina a las tropas el pretender romper su promesa, y aunque técnicamente los insulta, lo hace indirectamente mientras se dirige a Agamemnón, no lo hace directamente y de manera abusiva como Tersites. Odiseo rápidamente suaviza su crítica a las tropas reconociendo el dolor que todos sienten al estar lejos de sus hogares y seres queridos, con una descripción muy sensible de estos sentimientos, dejando clara su empatía con los soldados, incluyéndose a sí mismo en dicha experiencia emotiva. Inclusive, directamente les dice que no los puede culpar por su impaciencia. Para reforzar y concluir su punto presenta la máxima de que “es enteramente vergonzoso haber permanecido tanto tiempo y regresar a casa con las manos vacías”. Nótese que la máxima de Tersites apela a los comandantes y sus responsabilidades, mientras que la de Odiseo se dirige directamente a los soldados. El final de esta sección del discurso deja claro que Odiseo está dando un mensaje moral donde el honor debe estar por encima de los intereses y deseos personales, volviendo su denigración inicial de las tropas en una apelación a sus valores e identidades como hombres de guerra, demostrándoles su respeto por ellos y reforzando el respeto que pueden llegar a sentir por sí mismos.
Con la máxima anterior Odiseo se opone directamente a un línea previa de Agamemnón mismo, cuando urgió a las tropas a aceptar la vergüenza de regresar sin la victoria ni el botín. En efecto, a lo largo de su discurso, Odiseo se va a dedicar a responder puntualmente a los argumentos esgrimidos por Agamemnón anteriormente, pero de manera discreta, y en lugar de enfocarse en las vergonzosas palabras de Tersites, las cuales termina opacando y desplazando de manera indirecta, sin dignificarlas con una respuesta directa más allá de los insultos iniciales. Esta sistemática refutación de Odiseo contra los argumentos previos de Agamemnón revela el hecho de que aquél nos está presentando un discurso racional y lógicamente coherente, de nuevo en contraste con el emotivo y desmesurado de Tersites. Dicho discurso también responde de manera adecuada a las preocupaciones de tanto tropas como comandantes: el deseo de retornar a casa, la tensión entre el honor y la supervivencia, la posibilidad de obtener la victoria y la disposición de los dioses; todo lo anterior nunca aludido críticamente por Tersites.
Con el par de versos “Resistid, amigos, y permaneced un tiempo, hasta que sepamos si el vaticinio de Calcante es verídico o no”, Odiseo nos presenta la siguiente sección de su discurso, donde nos recordará hechos concretos que operan a favor de su propuesta. Además, lo hace de tal manera que él y las tropas se conciben como juntos en una empresa común, aludiendo a la camaradería y el destino compartido, instándolas a perseverar y descubrir juntos la verdad de la profecía de Calcante, reiteradamente reforzando cómo los soldados y él compartieron la misma experiencia que está por relatar. Mientras Tersites también se incluyó como uno más de entre las tropas, lo hizo al mencionar cómo ellos han conquistado y obtenido riquezas para beneficio de Agamemnón, es decir, en un contexto de alarde y orgullo. Odiseo, por contraste, lo hace enfatizando experiencias, dificultades y aspiraciones compartidas. Hay una inherente humildad en las palabras de Odiseo, al decir que ellos, él incluido, tienen todavía que aprender la verdad de la profecía de Calcante, estando en el mismo estado de ignorancia que los soldados, mientras que Tersites dice que ellos, los soldados y él incluido, deben hacer a Agamemnón aprender a valorarlos, una postura arrogante.
La “prueba” en el discurso de Odiseo son los hechos, el portento y la profecía, los cuales nos relata con gran detalle y habilidad narrativa, de una manera pausada, metódica y ordenada, pero también rítmica, vigorosa y dramática. La suave transición de portento a profecía ayuda a presentar de manera efectiva el hecho de que la victoria griega está asegurada y sancionada por los dioses mismos. El hecho de que Odiseo incluya elementos racionales en su discurso no quiere decir que tampoco desatienda los elementos emotivos y el efecto que ellos podrían tener en su público, como en efecto lo hace en este caso. Su narración del portento refuerza la cualidad supernatural del evento, presentándolo de manera vívida, llena de suspenso y asombro religioso, cuidadosamente agregando información, incrementando de manera cumulativa el efecto de admiración y terror, de sorpresa y maravilla. El uso de la emoción por parte de Odiseo se diferencia del de Tersites de dos maneras: por el tipo de emociones apeladas y por la relación entre emoción y razón. Mientras Tersites apela a las emociones inferiores de los soldados, su envidia y resentimiento, Odiseo apela a su sentido de honor y vergüenza, su deseo de guerrear y obtener gloria. Por otra parte, la manipulación emocional de Tersites ocurre en ausencia de una justificación o soporte racional a su propuesta. Sin embargo, Odiseo utiliza tanto la razón como la emoción en su discurso, entrelazándolas y reforzándolas la una con la otra, haciendo que las emociones estén enmarcadas en un soporte racional, y que los argumentos racionales estén potenciados por emociones asociadas.
Inclusive en el final de ambos discursos vemos una diferencia importante. Tersites cierra con la amenaza hacia Agamemnón, trayéndonos de nuevo al inicio de su discurso con su abuso contra el rey, con lo que el sentimiento de cierre es menor, y más bien deja la impresión de una circularidad en sus palabras. Odiseo cierra el suyo bajando la emotividad de la narración, asegurando la veracidad de la profecía y reforzando su mensaje central, su propuesta directa a las tropas, de permanecer y combatir, dando un sentido de propósito, progresión y clausura.
Una teoría de la retórica en Homero
Como ya se vio, Homero nos presenta a Tersites como un orador inferior, física y moralmente reprochable, cuyo modo y mensaje deben ser rechazados, mientras que Odiseo es un orador cuyo consejo debe ser seguido y su habilidad verbal respetada. Por otra parte, ambos discursos poseen paralelos estructurales, consistiendo en una introducción con una apelación directa a Agamemnón, y eventualmente pasando a dirigirse a las tropas directamente, presentando y justificando la propuesta de cada uno. Estas similitudes y diferencias parecen sugerirnos, entonces, que a la luz del poder del discurso para mover y persuadir hombres, es necesario distinguir la retórica hábil de la retórica correcta.
La retórica hábil, para Homero, está marcada por un dominio del lenguaje, manifestado en una fluidez comunicativa, así como por la habilidad de entender, manipular y apelar a las emociones de los oyentes. Esto, sin embargo, y como ya se vio, no implica limitarse al mundo de las emociones, y mucho menos de las “emociones inferiores”, sino que el empleo de la lógica y la razón, y de elevar en lugar de deprimir a la audiencia, son cruciales para presentar discursos más efectivos que otros. Es vital comprender y abordar a la audiencia de la manera adecuada, y el “apuntar hacia arriba” resulta casi siempre más eficaz que “apuntar hacia abajo”.
La retórica correcta, adicionalmente, se caracteriza por ser ordenada, moderada en contenido y cantidad, apropiada al tema, ocasión y audiencia. Tiene tacto, es respetuosa, está libre de burla y sarcasmo, no alcahuetea ni adula a la audiencia, y tampoco se anda con miramientos cuando hay que decir algo. Es cortés, incluye las formalidades necesarias, y está informada por conocimiento, experiencia y buen juicio, todo lo cual dignifica el discurso mismo. También se pronuncia con buenas intenciones, donde el exponente posee una disposición positiva ante su audiencia, apela a las cualidades nobles en ella, y habla por su propio bien. La retórica correcta también es lógica, y la importancia de esta cualidad no puede ser subestimada. Un discurso lógico atestigua el orden en la mente del hablante, así como el respeto que siente por su audiencia, tratándolos como seres racionales, dotados de discernimiento, ante los cuales una comunicación abierta, honesta y lógica no sólo es posible, sino también óptima. Finalmente, Homero ancla la retórica correcta en el carácter del orador, en su mente y disposición, en su habilidad de proyectar y demostrar sabiduría práctica, excelencia y buena voluntad. Es decir, la retórica correcta posee interrelaciones sociales, intelectuales y morales.
En la siguiente publicación continuaremos con este recorrido cronológico, a través del lente de la retórica y oratoria, por la literatura griega arcaica, prosiguiendo entonces con la obra de Hesíodo.