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En esta publicación se compartirá un cierto tipo de escrutinio crítico de la obra poética de Hesíodo desde el lente de la retórica, recurriendo a algunos conceptos aristotélicos, y siguiendo el análisis de Jenny Strauss Clay en el capítulo titulado “Hesiod’s Rhetorical Art”, en el texto editado por el clasicista norteamericano Ian Worthington, titulado A Companion to Greek Rhetoric (2007), de la editorial Blackwell Publishing.

Los manuales de retórica típicamente nos relatan que dicha arte fue descubierta en Grecia durante el siglo V o IV a.C., y que condiciones necesarias para su surgimiento fueron las instituciones democráticas y legales de dicha época. Hesíodo, sin embargo, habiendo vivido alrededor de unos 300 años antes de esas fechas, y prácticamente contemporáneo de Homero, no vivió en las condiciones socioculturales aparentemente necesarias para la existencia de la retórica: entonces, ¿por qué estamos hablando de Hesíodo como rhétor? Strauss Clay lo justifica de la siguiente manera: los poemas hesiódicos comparten una característica importante de la oratoria, la cual es su presentación oral ante una audiencia; adicionalmente, si definimos retórica como “los medios por los cuales un autor hace conocida su visión al receptor y lo persuade de su validez”, o como “la reflexión autoconsciente y sistemática sobre el poder y la eficacia del habla”, en ambas ocasiones podríamos clasificar la obra de Hesíodo como retórica, en el sentido no sólo de haber practicado la retórica, sino también de haber reflexionado coherentemente sobre ella.
Hesíodo, poeta griego nativo de la pequeña aldea de Ascra, en la cima del Monte Helicón, en Beocia, Grecia central, quien la describió como “un lugar miserable, cruel en invierno, riguroso en verano, nunca placentero”, compuso varios poemas, los principales siendo “La Teogonía” y “Los trabajos y los días”, los cuales analizaremos a continuación. En ambos nos enfocaremos en cómo se aborda la función de la elocuencia y del habla persuasiva.
La Teogonía
Esta composición, literalmente llamada “el nacimiento de los dioses”, nos recuenta en alrededor de mil versos el origen y reproducción de los dioses y otras fuerzas eternas que regulan el cosmos, culminando en el ordenamiento final y permanente de dicho cosmos por Zeus. No pretendemos a continuación una mirada exhaustiva al poema, sino que nos enfocamos en unas pocas facetas retóricas del mismo.
Si bien en Homero ya se aprecia que se le da un gran valor a la habilidad de hablar persuasivamente, como vimos en el artículo anterior, Hesíodo es el primero que nos extiende el campo de regencia de las Musas de la poesía a incluir también la retórica, poniendo de dicha manera el poder de la persuasión bajo mecenazgo divino. En el proemio a “La Teogonía” el poeta nos dice, como citamos aquí, que la habilidad persuasiva de los reyes, al resolver disputas judiciales, proviene de las Musas, y luego también nos agrega lo siguiente (vv. 95-103):
De las Musas y del flechador Apolo descienden los aedos y citaristas que hay sobre la tierra; y de Zeus, los reyes. ¡Dichoso aquel de quien se prendan las Musas! Dulce le brota la voz de la boca. Pues si alguien, víctima de una desgracia, con el alma recién desgarrada se consume afligido en su corazón, luego que un aedo servidor de las Musas cante las gestas de los antiguos y ensalce a los felices dioses que habitan el Olimpo, al punto se olvida aquél de sus penas y ya no se acuerda de ninguna desgracia. ¡Rápidamente cambian el ánimo los regalos de las diosas!
traducción de Aurelio Pérez Jiménez y Alfonso Martínez Díez
Con respecto a la relación de la retórica con la justicia, Hesíodo parece estar de acuerdo con Aristóteles cuando éste dice que la retórica está relacionada con el arte política (Ret. 1356a), donde dicha habilidad permite calmar los ánimos, resolver conflictos y traer la reconciliación. Así, la poesía y la retórica nos permiten reconciliarnos con un mundo imperfecto donde existe el conflicto, las afrentas y la injusticia, y también, como nos dice la cita previa, nos puede proveer placer para distraernos de la inherente miseria del hombre. Nótese, entonces, que si bien su dulzura nos cura, también oculta una amargura inherente a la condición humana.
Al inicio de este poema Hesíodo nos relata su encuentro con las Musas en las laderas del Monte Helicón, quienes le otorgan dos regalos: una voz divina y un cetro de laurel, un emblema que representa la autoridad regia del habla. Así, el poeta recibe dos regalos que representan las dos esferas de acción de las Musas, como mencionado previamente: la poesía que celebra los gloriosos logros de hombres y que homenajea a los dioses, y la elocuencia política de los reyes que arbitran entre y persuaden a mortales. En este poema y el otro veremos cómo Hesíodo se desempeña en ambos asuntos.

“La Teogonía” la podemos clasificar como un discurso del género demostrativo o epidíctico, de la cual Aristóteles nos dice que “[…] lo propio, en fin, del género epidíctico es el elogio y la censura.” (Ret. 1358b, 13; trad. Quintín Racionero), y luego que “[…] para los que elogian o censuran, el fin es lo bello y lo vergonzoso […]” (Ret. 1358b, 28; trad. Quintín Racionero). El discurso epidíctico, admite Aristóteles, es bastante cercano a la poesía, lo cual refuerza la propuesta de Strauss Clay por analizar estas obras como obras retóricas. En el caso de “La Teogonía”, como ya se había adelantado, Hesíodo se encarga de elogiar la creación del cosmos, las fuerzas divinas, y el ordenamiento y regencia de Zeus (vv. 104-115):
¡Salud, hijas de Zeus! Otorgadme el hechizo de vuestro canto. Celebrad la estirpe sagrada de los sempiternos Inmortales, los que nacieron de Gea y del estrellado Urano, los que nacieron de la tenebrosa Noche y los que crió el salobre Ponto. Decid también cómo nacieron al comienzo los dioses, la tierra, los ríos, el ilimitado ponto de agitadas olas y, allí arriba, los relucientes astros y el anchuroso cielo. Y los descendientes de aquéllos, los dioses dadores de bienes, cómo se repartieron la riqueza, cómo se dividieron los honores y cómo además, por primera vez, habitaron el muy abrupto Olimpo. Inspiradme esto, Musas que desde un principio habitáis las mansiones olímpicas, y decidme lo que hubo antes de aquéllos.
traducción de Aurelio Pérez Jiménez y Alfonso Martínez Díez

Esta cita bien se puede ver como una tabla de contenidos del poema, y nos evidencia el gran cuidado del poeta por el ordenamiento de su composición, lo que Aristóteles luego llamó τάξις. La taxis de Hesíodo, es decir, el ordenamiento consciente y retóricamente estratégico de los temas por exponer, nos lleva en un recorrido cronológico y genealógico por los dioses y otras fuerzas divinas, agrupando fenómenos sobrenaturales en familias debido a sus similitudes, diferencias e interrelaciones. Sin embargo, a veces este recorrido genealógico está interrumpido por varias narrativas y digresiones, como por ejemplo el mito de Prometeo y su robo del fuego. De acuerdo con la taxis inicial, este mito lo habríamos esperado luego del recuento de la Titanomaquia, es decir, el conflicto en el que Zeus y los Olímpicos vencieron a la generación previa de dioses, los Titanes (de los cuales Prometeo era uno, pero como notable excepción se alió con los Olímpicos), instaurándose a sí mismos en el poder. Este sería el orden esperado ya que en el mito de Prometeo y su robo del fuego Zeus ya está al comando del cosmos desde el Olimpo, en lugar de los Titanes. Sin embargo, Hesíodo nos presenta este mito antes de contarnos sobre la Titanomaquia, lo cual rompe temporalmente con su taxis retórica. A pesar de esto, y precisamente con un notable efecto retórico, esta alteración del orden lo que hace es presentarnos la victoria de Zeus sobre el engaño (en este caso encarnado por Prometeo) antes de su victoria marcial sobre los Titanes. De esta manera, el primero, que es un evento en el futuro, nos presagia el segundo, que es un evento en el pasado, y esta curiosa inversión temporal causa el efecto de hacernos ver la inevitable e inminente finalidad de los hechos desde su inicio, reforzando la certeza y necesidad del mandato de Zeus. Así, vemos cómo en el uso hábil del idioma, Hesíodo utiliza la τάξις, y la alteración de la misma, con efectos persuasivos y convincentes.
Otro concepto retórico importante en Aristóteles es el del ἦθος, la autoridad y confiabilidad que imparte o no el carácter del orador, las cuales a su vez contribuyen para la persuasión del oyente. Hesíodo zanja este asunto desde el inicio del poema (vv. 22-34):
Ellas [las Musas] precisamente enseñaron una vez a Hesíodo un bello canto mientras apacentaba sus ovejas al pie del divino Helicón. Este mensaje a mí en primer lugar me dirigieron las diosas, las Musas Olímpicas, hijas de Zeus portador de la égida: «¡Pastores del campo, triste oprobio, vientres tan sólo! Sabemos decir muchas mentiras con apariencia de verdades; y sabemos, cuando queremos, proclamar la verdad.» Así dijeron las hijas bienhabladas del poderoso Zeus. Y me dieron un cetro después de cortar una admirable rama de florido laurel. Infundiéronme voz divina para celebrar el futuro y el pasado y me encargaron alabar con himnos la estirpe de los felices Sempiternos y cantarles siempre a ellas mismas al principio y al final.
traducción de Aurelio Pérez Jiménez y Alfonso Martínez Díez
Es decir, Hesíodo, desde un principio, nos dice que él está hablando debido a órdenes, y con dones, divinos, lo cual nos comunica muy claramente su autoridad al respecto. Sin embargo, con particular perspicacia retórica, Hesíodo evade la responsabilidad sobre la veracidad de lo que ha de recitar, al citarnos las palabras de las Musas, las cuales exponen, de manera algo intrigante, cómo son capaces de decir mentiras o verdades sin que los mortales sepan distinguir las unas de las otras. En este pasaje, por lo tanto, se nos transluce el hecho de que Hesíodo está muy consciente de la diferencia entre retórica y verdad, es decir, entre la capacidad de hablar elocuente y convincentemente, y la de realmente conocer la verdad y comunicarla efectivamente. Esto no quiere decir que la retórica sea incapaz de comunicar la verdad, o que sea intrínsecamente contraria a la verdad, sino nada más que una cosa no implica la otra. El poeta, honesto al respecto, traslada la responsabilidad concerniente a la veracidad a las deidades en cuestión, las mismas de las que ha obtenido su autoridad retórica.
Los trabajos y los días
En esta obra, ligeramente más breve que “La Teogonía”, Hesíodo le provee consejos a su problemático y fracasado hermano Perses sobre cómo se debe vivir adecuadamente en este mundo regido por Zeus, un mundo que requiere que los humanos practiquen la justicia y laboren diariamente por su alimento. Este es un poema que fácilmente nos puede parecer confuso, desordenado y hasta poco interesante, si no se realiza la debida contextualización y explicación del mismo. Esta composición consiste en un discurso dirigido a tres audiencias: Perses, el hermano de Hesíodo; unos reyes, actuando como jueces en una disputa entre los hermanos; y un anónimo “tú”, una audiencia general que presencia el evento. El asunto en cuestión es el siguiente: a la muerte del padre de ambos, los hermanos dividieron justamente su herencia, pero ahora Perses quiere más. Tras haberse metido en negocios oscuros, pleitos y haber malgastado dicha herencia, ahora Perses levanta falsas acusaciones contra su hermano, cometiendo perjurio y sobornando a los jueces con regalos, quienes ahora pronuncian sentencias corruptas, tratando de esta manera de apropiarse de la parte de la herencia que quedó en manos de Hesíodo, quien la ha estado trabajando y administrando adecuadamente. Ante esta situación, el poeta compone y recita “Los trabajos y los días”.
Hesíodo inicia el poema invocando la autoridad de Zeus (vv. 1-11):
Musas de la Pieria que con vuestros cantos prodigáis la gloria, venid aquí, invocad a Zeus y celebrad con himnos a vuestro padre. A él se debe que los mortales sean oscuros y célebres; y por voluntad del poderoso Zeus son famosos y desconocidos. Pues Zeus altitonante que habita encumbradas mansiones fácilmente confiere el poder, fácilmente hunde al poderoso, fácilmente rebaja al ilustre y engrandece al ignorado y fácilmente endereza al torcido y humilla al orgulloso. Préstame oídos tú que todo lo ves y escuchas; restablece las leyes divinas mediante tu justicia, que yo trataré de poner a Perses en aviso de la verdad.
traducción de Aurelio Pérez Jiménez y Alfonso Martínez Díez
Mientras “La Teogonía” lidiaba con asuntos divinos, distantes de los mortales, este poema trata de asuntos eminentemente humanos: cómo debemos vivir y comportarnos los unos con los otros, y también con respecto a los dioses, así como de qué manera se puede prosperar bajo los límites establecidos por las leyes de Zeus. Si bien en el poema previo Hesíodo transfiere la responsabilidad de la veracidad de sus palabras, ahora vemos, en la última línea de la cita anterior, que en este caso sí existe una pretensión personal de verdad, pretensión sin embargo expuesta ante la luz de la autoridad divina de Zeus, consciente de las posibles consecuencias éticas y punitivas.
Si bien “La Teogonía” era, de acuerdo con la clasificación de Aristóteles, un discurso epidíctico, “Los trabajos y los días” es una mezcla de los otros dos géneros: el deliberativo y el judicial. Estos nos los define Aristóteles de la siguiente manera (1358b, 8-27):
Lo propio de la deliberación es el consejo y la disuasión; pues una de estas dos cosas es lo que hacen siempre, tanto los que lo aconsejan en asuntos privados, como los que hablan ante el pueblo a propósito del interés común. Lo propio del proceso judicial es la acusación o la defensa, dado que los que pleitean forzosamente deben hacer una de estas cosas. […] Por otro lado, los tiempos de cada uno de estos géneros son, para la deliberación, el futuro (pues se delibera sobre lo que sucederá, sea aconsejándolo, sea disuadiendo de ello); para la acción judicial, el pasado (ya que siempre se hacen acusaciones o defensas en relación con acontecimientos ya sucedidos) […]. Cada uno de estos (géneros) tiene además un fin, que son tres como tres los géneros que existen. Para el que delibera, (el fin) es lo conveniente y lo perjudicial. Pues en efecto: el que aconseja recomienda lo que le parece lo mejor, mientras que el que disuade aparta de esto mismo tomándolo por lo peor, y todo lo demás -como lo justo o lo injusto, lo bello o lo vergonzoso- lo añaden como complemento. Para los que litigan en un juicio, (el fin) es lo justo y lo injusto, y las demás cosas también éstos las añaden como complemento.
traducción de Quintín Racionero
En el caso del presente poema, queda claro, lo judicial consiste en la argumentación de Hesíodo ante los reyes para que no fallen en su contra tras las falsas acusaciones de Perses, mientras que lo deliberativo viene en este caso dirigido a Perses, así como a una audiencia general que presencia el asunto, a quien su hermano le aconseja cómo debe vivir una vida honesta de arduo trabajo. De esta manera vemos muy claramente cómo asuntos tales como la justicia y lo bueno se pueden ver reducidos a actos retóricos, es decir, a una cuestión de quién habla mejor y más convincentemente, quién persuade y disuade de una cosa o de la otra, incidiendo poderosamente sobre los actos de los hombres en nuestra realidad humana.
La forma y ordenamiento complejos del discurso de Hesíodo se deben al hecho de que debe recurrir a múltiples argumentos dirigidos a diferentes audiencias, y en efecto en dicha obra se recurre a una gran variedad de estrategias y recursos retóricos que demuestran la maestría de Hesíodo a la hora de moldear su mensaje de acuerdo con cada uno de sus receptores, utilizando ejemplos mitológicos, personificaciones, alegorías, parábolas, sentencias gnómicas, etc. A continuación vamos a ver algunos ejemplos de estos, pero sin realizar un recuento detallado y completo de todos los argumentos esgrimidos por Hesíodo.
Una de las primeras tácticas utilizadas es la de la corrección: Hesíodo se corrige a sí mismo aclarando que si bien en “La Teogonía” presentó a Ἔρις, la Discordia, como la diosa madre de los conflictos, mentiras, argumentos y contraargumentos, ahora debe agregar que esta diosa tiene una hermana del mismo nombre, benéfica a los humanos, quien inspira la sana competencia entre los mortales. Aplicado a Perses, resulta que éste es un devoto a la primera Ἔρις, quien lo tiene sumido en la envidia y el fracaso, en lugar de serlo de la segunda, quien lo llevaría por el camino de lo correcto y la prosperidad.

Luego hay un par de mitos presentados por Hesíodo para explicar y justificar ciertos aspectos de la realidad humana. El primero de ellos es el de Prometeo y Pandora, el cual recuenta cómo, en respuesta al engaño y desobediencia de Prometeo, quien roba el fuego, símbolo de la civilización, y se lo da a los mortales, Zeus libera, a través de Pandora, innumerables males que acechan a los hombres, como las enfermedades, la fatiga, el hambre, etc. Este mito, por lo tanto, explica la necesidad del trabajo y el esfuerzo en el ser humano, quien debido al castigo de Zeus debe sufrir para obtener cosas necesarias para su supervivencia y bienestar. Vimos cómo en “La Teogonía” Hesíodo presentó este mito para ilustrar la sagacidad invencible de Zeus, mientras que aquí lo reutiliza para cumplir una función muy distinta, lo cual apunta a la habilidad retórica de Hesíodo de adecuar el mismo material para diferentes finalidades. El segundo mito es el de las Edades, el cual recuenta la sucesión de cinco diferentes razas o estirpes de humanos, con diferentes características, y de la cual nosotros somos la quinta, última y peor, plagados de injusticia, envidia y sufrimiento; este mito enfatiza la necesidad de justicia, mortal o divina, para nuestra actual raza de hombres. Debe reconocerse que estos dos mitos son recuentos mutuamente incompatibles del origen y naturaleza de los humanos en la tierra, pero también debemos recordar que los mitos no son explicaciones racionales ni pretenden ser verdades absolutas, sino que simplemente son vehículos de la verdad y herramientas de la persuasión, y Hesíodo los usa como tales, de nuevo revelando su perspicacia y habilidad retórica.

Hesíodo luego recurre a una fábula, en este caso la de un halcón y un ruiseñor, para darle un mensaje a los reyes, en lugar de a Perses. Nos recuenta el poeta que un halcón capturó en sus garras a un ruiseñor y, mientras vuela con su presa, el halcón le recrimina al otro sus chillidos y lamentos, aseverando que el débil siempre está a la merced de la voluntad del fuerte. La fábula termina ahí, dejando al oyente preguntándose por el propósito detrás de dicha fábula, que parece más bien urgir a los reyes corruptos a actuar con impunidad por encontrarse en una posición de superioridad con respecto a alguien como Hesíodo. Sin embargo, Hesíodo posteriormente despeja estas dudas, diciendo lo siguiente (vv. 213-286):
¡Oh Perses! Atiende tú a la justicia y no alimentes soberbia; pues mala es la soberbia para un hombre de baja condición y ni siquiera puede el noble sobrellevarla con facilidad cuando cae en la ruina, sino que se ve abrumado por ella. Preferible el camino que, en otra dirección, conduce hacia el recto proceder; la justicia termina prevaleciendo sobre la violencia, y el necio aprende con el sufrimiento. Pues al instante corre el Juramento tras de los veredictos torcidos; cuando la Dike [Justicia] es violada, se oye un murmullo allí donde la distribuyen los hombres devoradores de regalos e interpretan las normas con veredictos torcidos. Aquélla va detrás quejándose de la ciudad y de las costumbres de sus gentes, envuelta en niebla, y causando mal a los hombres que la rechazan y no la distribuyen con equidad. [...] A quienes en cambio sólo les preocupa la violencia nefasta y las malas acciones, contra ellos el Crónida Zeus de amplia mirada decreta su justicia. Muchas veces hasta toda una ciudad carga con la culpa de un malvado cada vez que comete delitos o proyecta barbaridades. Sobre ellos desde el cielo hace caer el Cronión una terrible calamidad, el hambre y la peste juntas, y sus gentes se van consumiendo. Las mujeres no dan a luz y las familias menguan por determinación de Zeus Olímpico; o bien otras veces el Crónida les aniquila un vasto ejército, destruye sus murallas o en medio del ponto hace caer el castigo sobre sus naves. ¡Oh reyes! Tened en cuenta también vosotros esta justicia; pues de cerca metidos entre los hombres, los Inmortales vigilan a cuantos con torcidos dictámenes se devoran entre sí, sin cuidarse de la venganza divina. [...] Teniendo presente esto, ¡reyes!, enderezad vuestros discursos, ¡devoradores de regalos!, y olvidaros de una vez por todas de torcidos dictámenes. El hombre que trama males para otro, trama su propio mal; y un plan malvado perjudica más al que lo proyectó. […] ¡Oh Perses! Grábate tú esto en el corazón; escucha ahora la voz de la justicia y olvídate por completo de violencia. Pues esta ley impuso a los hombres el Cronión [Zeus]: a los peces, fieras y aves voladoras, comerse los unos a los otros, ya que no existe justicia entre ellos; a los hombres, en cambio, les dio la justicia que es mucho mejor. Y así, si alguien quiere proclamar lo justo a conciencia, a él le concede prosperidad Zeus de amplia mirada; mas el que con sus testimonios perjura voluntariamente y con ultraje de la justicia causa algún daño irreparable, de éste queda luego una estirpe cada vez más oscura, en tanto que se hace mejor la descendencia del varón de recto juramento.
traducción de Aurelio Pérez Jiménez y Alfonso Martínez Díez
Esta larga argumentación y aseveración de Hesíodo, aquí abreviada, nos mantiene en suspenso por un largo rato, pero cierra más que aclarando la inquietud que la fábula nos generó. Este fenómeno de pregunta y respuesta, de extrañeza y disipación de la misma, de nuevo nos indica el genio retórico de Hesíodo al generarnos una duda, la cual captura nuestra atención con mayor fuerza, para luego despejárnosla, no solo calmando nuestra confusión, sino también dándonos de manera todavía más efectiva sus razones y argumentos a su favor. El poeta utiliza nuestra curiosidad y racionalidad como medios para explotar a favor de su agenda retórica, y de manera muy fructífera. Hesíodo nos demuestra, laureado por las Musas, que la fuerza bruta, la violencia y la injusticia pueden, en efecto, ser vencidas por el habla persuasiva.
A partir de esta sección del poema ya se asume a los reyes y a Perses convencidos de los beneficios y recompensas de la justicia, y el poeta deja de referirse a los primeros por el resto de la composición. Sin embargo, no se ha concluido con Perses: aunque alejado de la injusticia, la envidia y la desidia, el hermano todavía requiere ayuda adicional. Éste ahora debe dedicarse al trabajo honesto, y Hesíodo le extiende su mano amiga. En el resto de “Los trabajos y los días”, el autor va a instruir a su hermano, con lujo de detalle, cómo debe vivir correctamente y trabajar el campo de manera exitosa. Hesíodo nos emite el siguiente juicio (vv. 293-297):
Es el mejor hombre en todos los sentidos el que por sí mismo se da cuenta, tras meditar, de lo que luego y al final será mejor para él. A su vez es bueno también aquel que hace caso a quien bien le aconseja; pero el que ni por sí mismo se da cuenta ni oyendo a otro lo graba en su corazón, éste en cambio es un hombre inútil.
traducción de Aurelio Pérez Jiménez y Alfonso Martínez Díez
En el siguiente artículo vamos a abordar el surgimiento de los rhétores, los oradores propiamente hablando, en el contexto político de la Grecia clásica.