En esta nueva serie de publicaciones vamos a abordar el gran tema de la oratoria y retórica en la Grecia Antigua. Nuestra principal fuente de información para este recorrido será el libro, entre vademécum y antología, editado por el clasicista norteamericano Ian Worthington, titulado A Companion to Greek Rhetoric (2007), de la editorial Blackwell Publishing. Este texto recoge, en cinco partes, una totalidad de treinta y cinco ensayos por treinta y siete profesionales en el área de los estudios clásicos y campos anexos, cubriendo una diversidad de recorridos históricos, estudios literarios e investigaciones tópicas. Este primer artículo se nutre del texto de Michael Gagarin, titulado Background and Origins: Oratory and Rhetoric before the Sophists.
Sería bueno comenzar por dar explicaciones, aunque tentativas y temporales, de qué queremos decir cuando hablamos de “oratoria” y “retórica”. Las definiciones a continuación serán revisitadas, exploradas, cambiadas y evaluadas en publicaciones futuras, pero por ahora podemos entender estos términos de la siguiente manera: i) oratoria, palabra de origen latino, como el acto de perorar, es decir, de pronunciar discursos ante un público (y estos discursos pueden ser sobre temas o en un ambiente forense, funerario, político, etc., algo que exploraremos en mayor detalle luego); y ii) retórica, palabra de origen griego, como el análisis del arte de crear y ejecutar discursos, o, inclusive, del “habla persuasiva”, término evidentemente mucho más general. A continuación vamos, entonces, a realizar un recorrido principalmente literario por la Grecia previa al Siglo de Oro (S. V a.C.) y el surgimiento de los sofistas (en otra ocasión explicaremos quiénes eran ellos), para ver el papel que cumplía el habla persuasiva en la sociedad arcaica griega. La comprensión de estas raíces culturales nos ayudará a entender por qué la práctica de la oratoria y el estudio de la retórica florecieron en Grecia de la manera tan extraordinaria como lo hicieron.
Oratoria
Iniciamos, como siempre cuando respecta a algún asunto griego, con Homero, en este caso en su Ilíada. Tendemos a pensar en los héroes homéricos, como Aquiles, como los más grandes luchadores, pero otra habilidad muy importante para estos caudillos de hombres era el habilidad de hablar bien, hermosa, elocuente y convincentemente. En efecto, en este mismo texto, el tutor de Aquiles, Fénix, nos dice en la rapsodia novena, verso 443, refiriéndose al propósito de la educación que le proveyó al más grande héroe griego: […] μύθων τε ῥητῆρ᾽ ἔμεναι πρηκτῆρά τε ἔργων, es decir, “para ser un pronunciador de palabras y un hacedor de proezas” (la palabra utilizada para lo que aquí traducimos como “pronunciador” es ῥητήρ, otra forma de ῥήτωρ, transliterado como rhétor, algo que ya nos va sonando a “retórica”, y una palabra que también se podría traducir como “orador”). Nótese que la habilidad de hablar está puesta al mismo nivel que la de realizar hazañas, y en efecto Aquiles demuestra dicha habilidad al ser el primero en hablar en la asamblea de aqueos al inicio de la Ilíada, proveyendo el consejo correcto y necesario en la situación en la que se encontraba el ejército en ese momento. A lo largo de la Ilíada vemos a todos estos grandes caudillos y héroes homéricos hablar en público en momentos cruciales y los efectos que sus palabras tienen sobre los otros líderes, sobre las tropas, y el curso de los hechos. Claramente, no se podía ser un líder efectivo en la Grecia de la época sin ser un efectivo “pronunciador de palabras”.

Un buen ejemplo de la importancia de hablar bien, y la reputación que le podría brindar a estos héroes, es el pasaje 3.212-223 de la Ilíada, donde Antenor, un troyano, escribe al enemigo Odiseo a Helena:
También aquí vino cierta vez Ulises [Odiseo], de la casta de Zeus,
a causa de un mensaje relativo a ti, con Menelao, caro a Ares.
Yo los hospedé y les di una cordial acogida en el palacio,
y de ambos conocí el aspecto físico y las sagaces artimañas.
Mas cuando comparecieron en medio de los troyanos reunidos,
estando ambos de pie, Menelao le sacaba sus anchos hombros,
y cuando ambos estaban sentados, Ulises [Odiseo] era más majestuoso.
Pero cuando hilvanaban ante todos discursos y pensamientos,
Menelao, sin duda, pronunciaba de corrido ante el auditorio
pocas palabras, mas muy sonoras, ya que no era muy prolijo
ni divagador en razones; pues era además inferior en edad.
Pero cada vez que el muy ingenioso Ulises [Odiseo] se levantaba,
se plantaba, miraba abajo, clavando los ojos en el suelo,
y el cetro no lo meneaba ni hacia atrás ni boca abajo,
sino que lo mantenía inmóvil, como si fuera un ignorante;
habrías dicho que era una persona enfurruñada o estúpida;
pero cuando ya dejaba salir del pecho su elevada voz
y sus palabras, parecidas a invernales copos de nieve,
entonces con Ulises [Odiseo] no habría rivalizado ningún mortal.
traducción de Emilio Crespo Güemes
Otra importancia del habla persuasiva yacía en el ámbito legal, especialmente en el contexto de la resolución pacífica de disputas. El uso efectivo del discurso era crucial para que el juez lograra el éxito en su labor. Hesíodo nos ilustra esto en la Teogonía, versos 81-93, al describirnos a un rey, en su capacidad de juez y resolvente de conflictos, semejante a un poeta, en lo que respecta al don de las Musas:
Al que honran las hijas del poderoso Zeus y advierten que desciende de los reyes vástagos de Zeus, a éste le derraman sobre su lengua una dulce gota de miel y de su boca fluyen melifluas palabras. Todos fijan en él su mirada cuando interpreta las leyes divinas con rectas sentencias y él con firmes palabras en un momento resuelve sabiamente un pleito por grande que sea. Pues aquí radica el que los reyes sean sabios, en que hacen cumplir en el ágora los actos de reparación a favor de la gente agraviada fácilmente, con persuasivas y complacientes palabras. Y cuando se dirige al tribunal, como a un dios le propician con dulce respeto y él brilla en medio del vulgo. ¡Tan sagrado es el don de las Musas para los hombres!
traducción de Aurelio Pérez Jiménez y Alfonso Martínez Díez
En Homero, de nuevo en la Ilíada, también vemos ejemplos de la relevancia del discurso, pero ahora en un contexto funerario. Tras la muerte de Héctor, en su funeral, tres importantísimas mujeres troyanas, Andrómaca, la viuda, Hécuba, la madre, y Helena, la cuñada, pronuncian palabras en honor del difunto (Ilíada 24.723-76):
Entre éstas, Andrómaca, de blancos brazos, inició el llanto,
mientras sujetaba la cabeza del homicida Héctor en sus manos:
«¡Esposo! Te has ido joven de la vida y viuda
me dejas en el palacio. Todavía es muy pequeño el niño
que engendramos tú y yo, ¡desventurados!, y no confío en que
llegue a la mocedad: antes esta ciudad hasta los cimientos
será saqueada. Pues has perecido, tú, defensor que la protegías
y guardabas a los niños pequeños y a las venerables esposas,
a quienes ahora pronto llevarán a las huecas naves,
y a mí con ellas. Y tú también, hijo mío, o bien a mí me
acompañarás adonde tendrías que trabajar en labores serviles
penando bajo la mirada de un amo inclemente, o bien un aqueo
cogido de la mano te tirará de la muralla, ¡horrenda perdición!,
en venganza porque Héctor ha matado a un hermano suyo
o a su padre o a su hijo: ¡tantos son los aqueos
que a manos de Héctor han mordido la indescriptible tierra!
Pues no era blando tu padre en la luctuosa liza;
por eso también las gentes lo lloran por la ciudad.
Y has causado a tus padres un llanto y una pena indecibles,
Héctor. Mas a mí es a quien más luctuosos dolores quedarán.
Al morir no me has tendido los brazos desde el lecho
ni me has dicho ninguna sagaz palabra que para siempre
pudiera recordar, vertiendo lágrimas noche y día.»
Así habló llorando, y las mujeres respondían gimiendo.
Entre ellas entonces Hécuba entonó un reiterativo llanto:
«¡Héctor, con mucho el más querido de todos mis hijos!
Estoy segura de que en vida eras querido para los dioses,
que se han ocupado de ti hasta en la hora fatal de la muerte.
Al que de los demás hijos míos Aquiles, de los pies ligeros,
apresaba lo llevaba a vender más allá del fragoroso mar:
a Samotracia, a Imbros y a la humeante Lemnos.
A ti, desde que te quitó la vida con el bronce, de extenso filo,
te ha arrastrado repetidamente alrededor del túmulo de su compañero
Patroclo, a quien tú mataste; pero ni así lo ha resucitado.
Y ahora, con la tez fresca del rocío e incorrupta, yaces
en mi palacio, parecido a quien Apolo, el de argénteo arco,
acaba de agredir y matar con sus suaves dardos.»
Así habló llorando, y un insondable llanto provocó.
Entre ellas Helena entonces entonó el llanto la tercera:
«¡Héctor, el más querido con mucho de todos mis cuñados!
Cierto que mi esposo es el deiforme Alejandro,
que me trajo a Troya, ¡ojalá antes hubiera perecido!
Éste de ahora es ya el vigésimo año
desde que vine de allí y estoy lejos de mi patria;
mas nunca te he oído decir una palabra ofensiva o insultante.
No sólo eso, sino que si otro me amonestaba en el palacio,
los cuñados, cuñadas o concuñadas, de bellos mantos,
o mi suegra —mi suegro es siempre benigno como un padre—,
tú lo contenías a fuerza de advertencias
y con tu temperamento suave y tus amables palabras.
Por eso con el corazón apenado te lloro y a mí también,
desgraciada. Ya no tengo en la ancha Troya a ningún otro
que sea benigno y amistoso; todos se horrorizan ante mí.»
Así habló llorando, y el inmenso pueblo daba lamentos.
traducción de Emilio Crespo Güemes
Así, hemos visto cómo la oratoria deliberativa, forense y epidíctica (es decir, en elogio o censura de alguien o algo) tenían un lugar muy importante en Grecia desde sus orígenes, y estaban intrínsecamente ligadas con momentos de crucial relevancia en la vida de las personas de la época. Con el paso de los siglos, conforme en algunas polis de Grecia se iban despojando de sistemas monárquicos, y luego tiránicos, a favor de sistemas más democráticos de gobernanza, el papel de la oratoria deliberativa sólo cobraría mayor fuerza, por el aumento de espacios políticos y sociales para el pronunciamiento de discursos, y la importancia de ella aumentaría, debido a lo que se ponía en juego en dichas deliberaciones públicas. En el caso de la oratoria forense, sin embargo, el espacio para el papel oratorio de los jueces se redujo paulatinamente, hasta eliminarse por completo, pero fue suplantado por el espacio oratorio para los litigantes, quienes ahora debían convencer a jurados civiles de la inocencia o culpabilidad del enjuiciado. Sobre la oratoria funeraria, tenemos el celebérrimo ejemplo del discurso de Pericles en el año 430 a.C., pero no hay mucha claridad sobre qué tan común resultaban estos discursos en época ya clásica.
Retórica
Queda claro de todo lo anterior que los griegos, desde los albores de su civilización, valoraban en gran medida el habla efectiva y persuasiva. Sin embargo, no hemos visto todavía ejemplos de retórica, entendiéndola, de nuevo, como el análisis del arte de crear y ejecutar discursos. La postura tradicional discierne los primeros ejemplos de retórica hacia principios o mediados del siglo V a.C. Menciones textuales nos llevan a dos figuras difusas, Córax (aludido por Aristóteles) y Tisias (referido por Platón), sicilianos, como los primeros en hacer retórica, no oratoria, ya propiamente hablando, en la primera mitad del siglo ya citado. El recuento estándar nos dice que, luego de la expulsión de los regímenes tiránicos en Sicilia (en el 467 a.C. en Siracusa, por ejemplo), se crearon asambleas y cortes democráticas, y entonces ahora, de repente, los ciudadanos debían aprender a hablar en dichos espacios públicos, necesidad inexistente previamente. Así es cómo Córax, y luego su pupilo Tisias, respondieron a esta necesidad inventando la retórica, el arte del habla persuasiva, y lo enseñaban a un cierto precio. Alguno de los dos, o ambos, escribió un cierto manual que trataba sobre los tipos de discurso, la argumentación según la verosimilitud, y algunos otros temas; texto que no nos ha sobrevivido. Estos desarrollos fueron llevados a Atenas por otro siciliano, Gorgias, o por Tisias mismo, y sus textos llegaron a manos de Aristóteles muchos años después, quien los utilizó para sus propios trabajos sobre la retórica.
Un par de curiosos ejemplos nos ilustra qué enseñaban Córax y Tisias, así como sus habilidades retóricas. El primero de ellos, que se refiere al argumento según la verosimilitud, y citado tanto por Platón como por Aristóteles, con ciertas variaciones, es el siguiente. Si un hombre débil pero osado ataca y asalta a un hombre fuerte pero cobarde, y la víctima lo acusa en las cortes, el atacante se podría defender diciendo que es inverosímil que él, evidentemente más débil que la supuesta víctima, fuera a ser capaz de exitosamente agredirlo y robarle. Invirtiendo la situación, un atacante fuerte contra una víctima débil, este nuevo atacante puede también recurrir a un argumento según la verosimilitud para defenderse: al ser él evidentemente más fuerte que la víctima, sería inverosímil que efectivamente fuera a atacarlo y asaltarlo, puesto que todo mundo con seguridad lo consideraría el sospechoso; una versión más compleja, e inversa, del primer argumento. Tisias parece haber innovado en el arte retórica al desarrollar la práctica de argumentar los dos lados de una disputa, y en particular en la habilidad de invertir el razonamiento de la contraparte. El segundo ejemplo nos ilustra esto perfectamente: cuando Tisias fue a aprender de Córax, Tisias le dijo a Córax que le pagaría el costo de las lecciones sólo si Tisias ganaba su primer juicio. Una vez impartidas las lecciones, Córax le cobró, y Tisias se rehusó a pagarle, por lo que terminaron en la corte. Córax argumentó que se le debería pagar aunque ganara o perdiera el presente juicio: si ganaba, por haber ganado, y si perdía, por el acuerdo inicial, que decía que Tisias le pagaría si ganaba su primer juicio. Tisias replicó con exactamente el mismo argumento: ganara o perdiera, Tisias no debía pagar. Si ganaba, por haber ganado, y si perdía, por el acuerdo inicial, no debía pagar, al haber perdido su primer juicio.
En el siguiente artículo vamos a ahondar un poco más en el papel de la oratoria en Homero, iniciando un recorrido histórico más detallado antes de arribar a los siglos V y IV, los siglos de la eclosión retórica en Grecia, así como de las principales obras oratorias profesionales que nos han sobrevivido.