2. Los Olímpicos IV/VII
"Cinco etapas de la religión griega" (1955), por Gilbert Murray
Esta publicación es parte de una serie, ¿ya leyó la parte anterior?
Prosiguiendo con la exposición sobre la segunda etapa de la religión griega, los Olímpicos, según “Cinco etapas de la religión griega”, en su tercera edición (1955), por Gilbert Murray (1866-1957), hoy les presentamos la cuarta parte de siete. Continuando con aspectos propios de ciertos dioses griegos antiguos, en esta ocasión complementamos el artículo previo refiriéndonos brevemente a Hefesto, Poseidón, Hermes y Hera.
Sobre Hefesto, ya hemos adelantado en una publicación anterior las palabras de Murray, las cuales ahora revisitamos. Hefesto es una notable excepción, de cierta manera, en el patrón al cual se adhieren la vasta mayoría de los dioses olímpicos. Este patrón se debe a la naturaleza indoeuropea de tanto los griegos como sus dioses (con las numerosas salvedades que hemos venido haciendo sobre influencias pelasgas), donde dichos dioses son entonces importantes representantes de aspectos sociopolíticos y culturales de este aguerrido pueblo invasor del Norte. Hefesto es el único de ellos cuya naturaleza está enfocada en un oficio, en una industria, una labor manual completamente ajena a las altas clases gobernantes y aristocráticas, guerreras, cazadoras y regentes, a quienes los dioses olímpicos reflejan, y viceversa. Sin embargo, de todos los oficios, industrias y labores manuales, Hefesto encarna la única de ellas que resulta indispensable para una banda de guerreros conquistadores: la herrería, la fabricación de armas de guerra. Este es, en efecto, el elemento que nos hace calzar a Hefesto con el resto de los olímpicos y que preserva el aludido axioma de estudios religiosos, donde los dioses de un pueblo reflejan ineludiblemente sus aspectos sociopolíticos y culturales.
Pasando ahora a Poseidón, Murray se pregunta, reconociendo algo de perplejidad, ¿por qué ha de ser tan prominente? Además del dios aqueo, hermano de Zeus, presente en Tesalia, el que sacude la tierra (mediante los terremotos), parece haber algo de alguna otra deidad pelasga o egea, a la cual terminó absorbiendo. Tiene una cercana conexión con Libia, de donde trae el caballo a Grecia. A menudo parece que existe solamente para ser derrotado: es derrotado en Atenas por Atenea, sobre la regencia de la ciudad; en Naxos por Dioniso, en Egina por Zeus, en Argos por Hera, en Acrocorinto por Helios, aunque se le da el Istmo de Corinto como consolación; en Trecén, en la Ática, comparte un templo con Atenea. Inclusive en Troya es derrotado y expulsado de las murallas que sus propias manos habían construido. Estos problemas, sin embargo, el autor no los resuelve, diciendo que se salen del enfoque momentáneo de la explicación. Lo que nos importa, dice Murray, es que para época histórica el agitador de la tierra es ya un dios marino, especialmente importante para los pueblos navegantes de Atenas y Jonia. En efecto, es padre de Neleo, el ancestro de los reyes jonios. Su templo en Mícala albergaba los festivales religiosos llamados Panionias, por el nombre del santuario Panionion, y sólo Delos era un centro religioso de mayor importancia para las tribus jonias. También es el padre de Teseo, el principal héroe ateniense, y está entremezclado con otros héroes áticos como Egeo y Erecteo.
El caso de Hermes, nos dice Murray, merece un largo ensayo por sí solo, por ser altamente instructivo de la dinámica religiosa en cuestión. Fuera y antes de Homero, Hermes era simplemente una roca erguida, un tosco pilar con el típico símbolo sexual pelasgo de la procreación, es decir, un falo. Puesto encima de una tumba, es el poder que genera nueva vida, o, dicho de otra manera, el que trae de vuelta las almas desde el inframundo para nacer de nuevo. Es el guía de los muertos, el Psicopompo, el heraldo divino entre los dos mundos. Esta roca llamada Hermes también era usada como mojón, para marcar límites territoriales. Hermes era el representante del dueño, el que lleva el mensaje al vecino hostil o al extranjero amenazante de que está entrando en territorio ajeno. Si se quiere conversar con el dueño, se acerca uno a Hermes; si se entra en el territorio como heraldo, es a Hermes, esa roca que marca el último territorio seguro y el inicio del peligroso, a quien uno se encomienda para su protección. Si alguien lo mata o injuria a uno, es Hermes, el observador inamovible, quien atestigua el crimen y lo vengará. Sin embargo, esta roca fálica resultaba bastante inadecuada para Homero: no era decente y no era humana, y todos los personajes en Homero deben ser ambos. En la Ilíada Hermes, el verdadero, simplemente es removido del panteón, y una nueva figura puesta en su lugar, la hermosa diosa del arcoíris, Iris, toma su lugar como mensajera entre el cielo y la tierra. En la Odisea sí aparece, pero tan cambiado que es imposible reconocer cosa alguna de la antigua herma, ese mojón fálico, en este nuevo personaje. Pausanias mismo reconoce este cambio (viii. 32. 4.), y aunque en papiros mágicos Hermes recupera algo de esas antiguas funciones, vemos que gracias a Homero ha sido “purificado” de su viejo “falicismo”, algo que se abordará con más detalle en un futuro.
Finalmente, Hera, la esposa de Zeus, también parece tener un pasado curioso. Sin duda alguna ha expulsado y reemplazado a Dione, la esposa original de Zeus, cuyo culto como consorte de Zeus continuó imperturbado en la lejana Dodona, en los confines noroccidentales epirotas, desde antes que Zeus y los griegos descendieran sobre las futuras tierras griegas. Cuando Zeus (y, por extensión, los griegos) invadieron Tesalia, primera parada en la conquista de la península, parece haber dejado a Dione atrás, y en su lugar haberse casado con la divina reina del territorio conquistado. El permanente epíteto de Hera es “argiva”, Ἥρη Ἀργείη, es la ἀργείη κόρη, la joven argiva, así como Atenea era la ática y Cipris la chipriota. ¿Qué nos dice el que sea “argiva”? En Homero hay dos lugares llamados Argos, una planicie en el Peloponeso y otra planicie en Tesalia. En época histórica Hera era la principal diosa de la Argos peloponesia, pero parece que antes de eso también había pertenecido a la Argos tesalia: recordemos que es Hera la que ayuda al héroe tesalio Jasón a embarcarse en el barco Argo en Tesalia misma. En la Argonáutica es una figura hermosa, afable y fuerte, la encantadora diosa protectora del joven héroe. Sin embargo, en la Ilíada es una esposa astuta, regañona y celosa. ¿Por qué tan radical diferencia? Murray cita la opinión de Miss Harrison (Jane Ellen Harrison), quien sugiere que la disputa entre Hera y Zeus se remonta a la época de la invasión norteña, cuando Zeus era el extranjero conquistador y Hera la reina nativa. Por lo tanto, los poetas jonios, quienes respetaban sus propios dioses Apolo, Atenea y Poseidón, consideraban a Hera como representante de una raza o tribu que despreciaban. Alternativamente, refiriéndonos al otro Argos, también se podría explicar diciendo que una diosa de la Argos doria resultaba tan desagradable como los dorios mismos para los jonios. Por razones similares, figuras como Afrodita, identificada con la lejana y oriental Chipre, y Ares, el joven dios solar y de la guerra de Tracia, son tratados de manera tan irrespetuosa en Homero.
No parece haber mucha fe religiosa en ninguno de estos dioses, percibidos desde el lente de Homero, ni mucho respeto, exceptuando a Apolo, Atenea y Poseidón. Los reyes saqueadores de la Edad Heroica no eran el tipo de personas que se fueran a preocupar mucho por construir una poderosa fe religiosa, sino que más bien le dejaban eso al pueblo, como con la agricultura y todos los otros trabajos manuales. Los rapsodas de la culta y científica Jonia tampoco iban a dedicar mucha energía religiosa en este panteón, que resultaba más un sistema mítico idóneo para los romances épicos que ejemplos o guías útiles para la persona común sobre cómo vivir su vida y relacionarse con el mundo. Sin embargo, el poder del romance épico es considerable, y en efecto vemos que los reyes y dioses de esta Edad Heroica se transfiguran en época histórica de violentos piratas a espléndidos y caballerescos aventureros. Los rasgos de estos personajes y época que eran tolerables fueron idealizados, los intolerables fueron purgados o tratados de manera mística y desestimados. Así, los antiguos y salvajes Olímpicos se volvieron, del siglo VI a.C. en adelante, emblemas de alta humanidad y reforma religiosa en Grecia. En el siguiente artículo ahondaremos en este fenómeno recién mencionado, a saber, el valor de los poemas épicos, la reforma religiosa olímpica, y el conflicto entre helenismo y barbarismo.