4. La Falla de Coraje III/III
"Cinco etapas de la religión griega" (1955), por Gilbert Murray
Esta publicación es parte de una serie, ¿ya leyó la parte anterior?
Hoy tenemos el gusto de concluir esta cuarta etapa de cinco, según “Cinco etapas de la religión griega”, en su tercera edición (1955), por Gilbert Murray (1866-1957). Finalizando con los temas de hermetismo, gnosticismo y alegorismo, exploraremos el estado final y desenlace de la religión griega tradicional, antes de la paulatina conversión de este pueblo al emergente cristianismo.
La exposición de los temas recién mencionados son una natural progresión de los de astrología y evemerismo que expusimos anteriormente. Iniciemos por el primero, recordando cómo surgió en la época helenística una fascinación religiosa con los astros como regentes del mundo humano, como manifestaciones divinas dotadas de un gran poder uránico. Esta antiquísima perspectiva religiosa en Medio Oriente tomó posesión de la mente griega de la época, pero también encontró compañía y abono con escuelas endémicas como el platonismo y el estoicismo, las cuales, al estilo griego, ya habían proveído a los planetas de una importancia intelectual, filosófica y religiosa no despreciable. En la liturgia mitraica, por ejemplo, reiteradamente se confronta al devoto con las siete vocales, como símbolos de los “siete inmortales poderes del cosmos” (“Kosmokrátores”), o de los “señores del universo”, luego hablando de las “siete doncellas con cabeza de serpiente, en ropajes blancos”, y muchos otros místicos “sietes”.

En efecto, en el mitraísmo, pero también en el hermetismo, en algunas manifestaciones gnósticas, y también en autores como Macrobio y Cicerón, la presencia de “los Siete Planetas” y de un profundo deseo de “escapar más allá de ellos” es curiosamente notable. ¿”Escapar de ellos”? No debería sorprendernos que estas estrellas, inexorablemente pronunciando nuestro destino, inevitablemente se vuelvan figuras malignas, poderes del mal y no del bien, seres opresores y despiadados que inmisericordemente subyugan la libertad, esfuerzo y aspiraciones humanas a las cadenas de su férrea e intransigente voluntad. Saturno o Cronos, el principal de entre los Siete Planetas, se vuelve la mayor manifestación de este malicioso cautiverio divino, y para algunos gnósticos se convierte en Jaldabaoth, el “dios de cabeza de león”, el Demiurgo, el maligno Jehová. Considerando esto, en efecto las religiones de la Antigüedad tardía se encuentran repletas de aspiraciones y planes de escape de esta prisión planetaria.
Autor tras autor, comunidad tras comunidad, este tema recurre constantemente: aquí en la Tierra, en la región sublunar, somos no más que un juguete del Destino. No, es inclusive aún peor, porque además del Destino existe algo igualmente maligno pero todavía más indigno, el Azar o Fortuna. En la región supra-lunar este mal ya no tiene cabida, y no existe más que la Necesidad, que no es más que otra palabra para referirse a la voluntad de los otros seis “Kosmokrátores”, los Regentes del Universo. Sin embargo, por encima de ellos hay una octava región, simplemente llamada “Ogdoás”, “la octava”, la casa del dios definitivo, sea cual sea su nombre, cuya existencia precede el cosmos. En esta región o esfera es donde finalmente podemos encontrar una verdadera y libre existencia, y más que esto, una final unión con “Dios”, el Alpha y el Omega, el inicio y final del universo. Pues nuestra alma proviene directamente de este dios último, poseyendo nuestra alma una divinidad igual a la de los Planetas mismos, por más que éstos jueguen con nuestros cuerpos como titiriteros, haciéndonos esclavos de su voluntad. En el culto mitraico, cuando el devoto era confrontado con esta verdad, debía responder: ἐγώ εἰμι σύμπλανος ὑμῖν ἀστήρ, “yo soy una estrella que vaga con vosotros”; el devoto del culto órfico era enterrado con un rollo dorado que proclamaba: “soy el hijo de la Tierra y del estrellado Cielo”, “yo también me he vuelto dios”; y muchos escritos gnósticos consisten en hechizos que debía pronunciar el alma, tras la muerte del cuerpo, a cada uno de los Planetas, mientras los visitaba en su peligroso camino hacia su hogar final, Ogdoás.

Queda algo clara la travesía que nos espera después de muertos, pero ¿y en vida? En vida cada uno de estos cultos poseía una larga serie de iniciaciones, sacramentos, y todo tipo de comunicaciones místicas con “Dios”. Ver cara a cara a “Dios”, para el hombre ordinario, era la muerte instantánea, pero verlo tras una debida purificación, ser llevado a él de manera adecuada por el sacerdote iniciado, era la más extrema bendición en vida humana, era morir y renacer como un nuevo ser. Apuleyo, novelista y filósofo númida del siglo II d.C., posee un pasaje en su novela latina “El Asno de Oro” recontando la iniciación de su personaje literario en el culto egipcio-helenístico de Isis, convirtiéndose “en su imagen”: tras mucho ayuno, fue vestido con ropajes sagrados y conducido por el sumo sacerdote al umbral de la muerte, atravesándolo y pasando por todos los Elementos; el Sol brilló sobre sí a medianoche, y luego vio a los dioses del Cielo y del Hades; en la mañana fue vestido con la Túnica del Cielo, ubicado en un pedestal frente a la diosa y venerado como dios por una congregación de feligreses: había alcanzado la unión con el “Dios”. De manera similar, en esta época eran comunes las visiones de la deidad por individuos con especiales poderes proféticos; el mismo San Pablo recuenta que conoció a un hombre que había sido llevado al Tercer Cielo, y otro que había visitado el Paraíso, y este apóstol decía haber presenciado al Cristo en toda su gloria camino a Damasco. El filósofo neoplatónico Plotino, del siglo III d.C., también había alcanzado la unión con “Dios” unas cuatro veces, según nos recuentan sus discípulos, durante trances místicos. La unión del hombre con “Dios” requería la ἔκστασις, el abandono del alma del cuerpo, así como el ἐνθουσιασμός, la posesión del devoto por el dios.
Podría parecer que hemos logrado hablar mucho sin llegar a una definición o explicación directa de “gnosticismo” o “hermetismo”, pero en realidad eso es precisamente lo que hemos venido haciendo. “Gnosticismo” proviene de la palabra griega γνῶσις, el deseo de saber o el proceso de investigar, pero también se puede referir al fruto del mismo, el conocer o el conocimiento mismo, y es una palabra que se utiliza para agrupar una serie de tendencias filosófica-religiosas de los siglos inmediatamente precedentes y subsiguientes al aparente nacimiento del Jesús cristiano (mencionado como momento histórico, no por poseer alguna relevancia conceptual). Debido al hecho de que luego se entremezcló en cierto grado con el emergente cristianismo, es común leer aseveraciones erróneas que caracterizan al gnosticismo como una versión herética temprana del cristianismo, pero en realidad las convicciones gnósticas preceden al cristianismo, e inclusive se podría sostener que más bien nutrieron su origen, en lugar de haberlo distorsionado tras haber nacido. Pero bueno, ¿cuáles son estas convicciones? De manera resumida, el gnosticismo mantiene la supremacía de un cierto tipo de conocimiento espiritual (de ahí su nombre) por encima de las tradiciones religiosas institucionales y ortodoxas de la época, fueran griegas, babilonias, persas, etc. Para los gnósticos existe el conocimiento secreto de un verdadero dios oculto, superior a cualquier dios tradicional, siendo estos percibidos como deidades menores malignas, creadoras del mundo material y todo el sufrimiento, limitaciones y engaños intrínsecos. Podemos ver claramente el tinte gnóstico en el recuento de los párrafos precedentes.

Adicionalmente, los gnósticos también poseen la figura de un “salvador”, de un “ungido” (χριστός, Cristo), “la imagen del Padre”, quien, como el “hombre virtuoso” de Platón, “será flagelado, torturado, atado, sus ojos quemados y, finalmente, tras sufrir todos los males, será empalado o crucificado” (República, 362A). Este redentor descenderá del Cielo, por voluntad propia o mandato paterno, atravesando las esferas de los “Kosmokrátores”, los Planetas, para salvar a la humanidad, o a veces a la Virgen caída, el Alma, la Sabiduría o “la Perla”. Una vez que haya concluido su acometido, regresará al cielo, tomando su lugar al lado del Padre, cubierto en gloria, habiendo conquistado a los Arcontes (otro nombre para los “Kosmokrátores”), capturándolos y crucificándolos eternamente en el cielo. Nótese que todo esto precede al cristianismo, y con gran certeza las epístolas cristianas a los colosenses y efesios, por San Pablo, están muy influenciadas por este lenguaje y concepciones gnósticas.
El hermetismo, ubicado de cierta manera entre el estoicismo y el gnosticismo, fue un sistema filosófico-religioso pretendidamente fundado por la figura mítica de Hermes Trismegistos (“el tres veces grande”), una mezcla del dios griego Hermes con el egipcio Thot, y basado en sus escritos, colectivamente llamados “Hermética”, los textos herméticos, donde se delinean los preceptos del hermetismo. Los herméticos, por ejemplo, creían que “Dios” había creado todo, pero también era todo, por lo que todo existe en Dios y Dios permea toda su propia auto-creación, haciendo a Dios tanto trascendente como inmanente. Para los herméticos, todas las religiones tienen algo de verdad, resabios de una “prisca theologia”, de un antiguo conocimiento sobre lo divino que fue dado al hombre por Dios, pero apropiado y tergiversado por el hombre a lo largo de los años. Los tres pilares de la sabiduría hermética eran la alquimia (el estudio de la constitución espiritual de la materia), la astrología (el estudio de la causalidad divina) y la teúrgia (algo así como “magia blanca”, la comunicación, canalización o utilización de poderes divinos benéficos, presentes en ángeles o dioses menores positivos, en nuestro mundo terrenal). El hermético también creía en el bien y el mal, siendo el primero el conocimiento de Dios y lo segundo la ignorancia del mismo, cayendo bajo la influencia de demonios que fomentan los vicios y perversiones humanas. El hermetismo surgiría también alrededor del cambio de milenio, algo posteriormente al gnosticismo, y perviviría por muchos años, bajo diversas interpretaciones y transmisiones, en época árabe clásica y renacentista europea, a menudo entremezclándose con el cristianismo, neoplatonismo, gnosticismo, y a veces incluso con la cábala judía.

Claramente, nos hemos alejado muchísimo de la simplicidad y del espíritu de la religión griega tradicional, pues en esta época, con excepción notable del neoplatonismo, el hombre griego ha caído en las fauces de cultos orientales e influencias bárbaras. Esta “primitivización” del pensamiento griego religioso de la época, sin embargo, está mezclada con filosofía y racionalismo, creando curiosos productos como el gnosticismo y hermetismo ya aludidos. Si bien la parte cultual y simbólica de este tipo de corrientes filosófico-religiosas seguía patrones antiguos o arquetipos de fácil acceso, comprensión y efectividad, como el asunto solar, astral y lunar, purificaciones, magia, rituales, sacrificios, etc., la profundidad, complejidad y sofisticación del conocimiento central que atesoraban no era de fácil acceso ni comprensión para el hombre común.
Por lo tanto, siempre resultaban necesarias las figuras de un mediador, de una predicación y de una iniciación. El sacerdote o los seguidores del culto en cuestión debían adaptar su mensaje para las masas y los reclutas o adeptos iniciales, a quienes se les debe explicar e interpretar “la verdad” de una manera comprensible, a veces hasta diluyendo la verdad misma. Así, surgen “capas” de verdad, es decir, diferentes niveles de cercanía a la verdad final y absoluta, y al aspirante se le lleva lentamente a lo largo de estas diferentes etapas de comprensión de manera estratégica, preparándolo a cada paso para una porción mayor de verdad. Mucho de esto, así como el grueso de la filosofía y religión helenística, se nutrió de un método y fue permeada por un recurso en particular: la alegoría.
La RAE define “alegoría” como “ficción en virtud de la cual un relato o una imagen representan o significan otra cosa diferente”, y todos hemos oído de la Alegoría de la Caverna de Platón. La alegoría es una manera de encubrir, o de buscar (si interpretamos algo como una alegoría), un significado oculto detrás de uno literal, y para descubrir ese significado oculto el lector o escucha o intérprete requiere de cierto conocimiento especial para descifrarlo. Vemos entonces cómo este es un recurso idóneo para comunicar ideas complejas a las masas bajo una apariencia inocua y comprensible, y luego, mediante enseñanzas y ritos y experiencias religiosas, ir desvelando el significado oculto, contribuyendo a la experiencia y convicción espiritual del recluta mediante un proceso de “renacimiento”, de “despertar” o de “abrir los ojos” a una realidad subyacente que sólo los iniciados, pocos y privilegiados, pueden percibir.
En el artículo precedente mencionamos cómo el hombre helenístico llegó a la interpretación evemerista de la mitología griega tradicional, es decir, cómo llegó a concebir a los dioses y héroes como figuras históricas reales que existieron hace siglos o milenios, y que debido a su particular importancia fueron deificados, su origen luego perdido en el tiempo, y sobreviviendo únicamente en forma divinizada a través de los mitos. Pues bien, algo similar también ocurrió con la alegoría: siendo este recurso utilizado cada vez más y más en corrientes filosóficas y religiosas, como las ya mencionadas, inevitablemente se llegó a percibir los mitos tradicionales como nada más que alegorías, rescatando así la belleza de los mismos pero sin el incómodo hecho de tener que aceptar asuntos inverosímiles e insostenibles a la luz de la filosofía y razón de la época. Este filtro alegórico se aplicó a los textos homéricos, a las tradiciones religiosas, a los antiguos rituales, al mundo entero, llevado a extremos gnósticos o herméticos: para Salustio, el mundo material mismo no es más que un gran mito, una alegoría, una cosa cuyo valor no yace en sí misma, sino en el sentido espiritual que oculta y revela; para Cleantes el universo es un concurso místico, en donde las estrellas son bailarines y el sol el sacerdote portador de la antorcha; Crisipo redujo a los dioses homéricos a principios físicos o morales; Crates de Malos leyó en la poesía de Homero alegorías de principios científicos y filosóficos. Esta tendencia alegórica se extendió inclusive al lenguaje mismo, buscando orígenes etimológicos a ciertas palabras que revelaban un sentido oculto, como derivar la palabra “Isis”, nombre de la deidad egipcia, del verbo griego εἰδέναι, conocer, y “Osiris” de ὅσιος y ἱρός, santificado y sagrado.
La alegoría no fue un invento de la época, sino que ya había sido usada notablemente desde siglos atrás, y podemos mencionar a Heráclito de Éfeso o a Pitágoras como exponentes famosos. Lo que sí es un desarrollo helenístico es la teoría interpretativa de la alegoría, donde el intérprete pretende identificar un texto, mito o imagen previamente percibidos como representando un significado literal ahora más bien como uno alegórico. Murray nos menciona que no debemos olvidar el tipo de mente, o estado mental, que produce este tipo de convicción alegórica: no se necesita más que un fuerte idealismo y hechos experienciales que estén en contradicción con dicho idealismo para engendrar, casi por necesidad, interpretaciones alegóricas. Si los hechos no pueden ser aceptados como tales, porque chocan con mis creencias idealistas, pues entonces deben ser explicados, interpretados, como significando algo diferente, algo ya no en conflicto con mi idealismo. Es así como platónicos y estoicos rescataron la titánica figura de Homero y la absoluta belleza de su poesía, ya que, como dijo Heráclito el comentarista: “si Homero no utilizó alegorías, cometió todas las impiedades”. La mayoría de estos intelectuales, filósofos, gramáticos o científicos, no podía deshacerse de su intensa necesidad de deificante poesía, de belleza espiritual, de sobrecogedora estética, y la alegoría fue el recurso que les permitió satisfacer esta necesidad sin comprometer sus convicciones racionalistas.
Gracias a la alegoría y otro tipo de abstracciones retóricas muchas de las escuelas y movimientos de la época pudieron sostener creencias como la absoluta bondad de la creación, cuando muchos más bien pueden atestiguar, con base en sus experiencias personales, la vasta cantidad de sufrimiento y desgracia que nos rodea en todo momento. Para Murray, dejarse ser guiado por las aversiones personales siempre es un signo de debilidad o derrota, y es una falla de coraje tanto el rechazar ciegamente por miedo de quedar como un tonto, como el creer ciegamente por miedo de perderse de algo. Lo no-mapeado, lo desconocido, nos rodea por todas partes, y es imperativo que tengamos algún tipo de relación con ello, una relación que dependerá de la disciplina de la mente y la tendencia del carácter personal. En lo que respecta al conocimiento y la razón consciente, debemos seguir resueltamente su guía austera. Cuando cesen, llegando a su límite inevitable, debemos, en la manera óptima, de echar mano a los más tenuos poderes de aprehensión, conjetura y sensibilidad a través de los cuales mucha verdad superior ha sido alcanzada, así como el arte y poesía elevadas, siempre cuidadosos de buscar la verdad y no nuestra satisfacción emocional personal, sin descuidar las verdaderas necesidades del ser humano al dejarnos llevar por nuestros sueños o ideales, y recordando por encima de todo que debemos caminar gentilmente en un mundo donde la luz es tenue y hasta las mismas estrellas divagan.
En la siguiente y última etapa de la religión griega abordaremos “La Última Protesta”, la última manifestación del espíritu religioso tradicional griego en la Antigüedad tardía, cuando el cristianismo ya desplazaba la vasta gama de cultos, ritos, escuelas y movimientos espirituales endémicos que llegaría a llamar, despectivamente y de manera colectiva, como “paganismo”.
Excelente artículo y muy tuanis la entrada en audio!
Gracias, profe!