3. Las Grandes Escuelas I/VI
"Cinco etapas de la religión griega" (1955), por Gilbert Murray
Esta publicación es parte de una serie, ¿ya leyó la parte anterior?
Hoy damos inicio al recorrido por la tercera etapa de la religión griega, las Grandes Escuelas, según “Cinco etapas de la religión griega”, en su tercera edición (1955), por Gilbert Murray (1866-1957). Esta tercera etapa la abordaremos en seis partes, y en esta primera proveeremos mayor contexto histórico y sociocultural para comprender mejor el gran fracaso que cierra el siglo V a.C., el período de crisis que le sucede, y el vacío que queda en el corazón y mente atenienses. Las Grandes Escuelas filosóficas del siglo IV a.C. vendrán precisamente a tratar de recuperar los ánimos luego de dicho fracaso, de traer orden tras dicha crisis y llenar el vacío en cuestión.

Antes de proseguir con la exposición de Murray, es necesario detenernos para hablar de la Guerra del Peloponeso. En el 431 a.C. estalló una guerra que duraría hasta el 404 a.C. entre la Liga Délica, liderada por Atenas, y la Liga del Peloponeso, liderada por Esparta. Esta sería una guerra intestina que consumiría a toda Grecia, muchas de sus colonias, e inclusive, hacia el final, involucraría a Persia, el gran poder regional. Sería una guerra que, en cierta medida, se podría concebir como la culminación de siglos de desarrollo civilizatorio, progreso material, evolución política y expansión poblacional, desde la Edad Oscura al inicio del milenio. Esta sería una guerra donde no se daría cuartel alguno al enemigo, donde difícilmente se tolerarían posiciones neutrales, donde los tratados de paz o treguas serían ignorados o evadidos, donde la guerra se elevaría al nivel de sistemas políticos (la democracia ateniense vs la oligarquía espartana), donde se devastarían grandes territorios de manera anual, donde habría traiciones, innovaciones militares, pestes, genocidios, esclavizaciones de pueblos enteros, y muchas otras cosas más. Sin embargo, la exposición detallada de las causas, desarrollo y eventualidades de esta guerra no nos concierne en este momento, y deberá ser relegado para otra ocasión.

Lo que sí nos concierne es el desenlace y las consecuencias de dicha guerra. En el 405 a.C., en la batalla de Egospótamos, la flota espartana (una combinación de palabras que resultaba casi un oxímoron, puesto que los espartanos siempre fueron una potencia territorial, no naval; pero para poder derrotar a los atenienses, hacia el final de la guerra se tuvieron que lanzar al mar) derrotó por completo a la flota ateniense, capturando y ejecutando a tres mil marineros; unos meses después, Atenas se rindió incondicionalmente. Jenofonte, quien nos termina el recuento de los últimos siete años de la guerra desde donde Tucídides termina su narración, nos dice que la noticia de la derrota en Egospótamos llegó a Atenas de noche, y que un gemido de lamentación recorrió la ciudad entera, y nadie pudo dormir dicha noche, no sólo por el dolor causado por los perdidos en la batalla, sino por el temor de que ahora, desprotegidos y a merced de los espartanos, sufrirían la misma suerte genocida y de esclavización en masa que ellos mismos habían impuesto sobre los melios, histieos, escioneos, toroneos, eginetas, y muchos otros pueblos (Helénicas, 2.2.3). El gobierno democrático de Atenas fue reemplazado por uno oligárquico, su hegemonía sobre Grecia completamente destruida, su prosperidad devastada, y sus ánimos hundidos. La que una vez fue la polis más excelsa de Grecia, la polis por excelencia de toda Hellas, la deificada ciudad de Pericles, ahora no era más que un conjunto de campos quemados, murallas derruidas, poblaciones en la inanición y dolorosos recuerdos de glorias pasadas. Ni la sofisticación artística, política e intelectual, ni los despiadados actos militares atenienses durante la guerra, pudieron salvar la ciudad de la derrota a manos de los espartanos y sus aliados. Sin embargo, y yendo en contra de los deseos de sus propios aliados, los espartanos decidieron, magnánimamente, no destruir la ciudad misma, no realizar ejecuciones masivas de civiles, ni esclavizar a grandes cantidades de atenienses, no pagando a los atenienses con su misma moneda, sino reconociendo el servicio que dicha ciudad había brindado a toda Grecia en el pasado al contribuir heroicamente en la defensa común contra las invasiones persas; en su lugar, los victoriosos lacedemonios se contentaron solamente con asegurarse de que Atenas no volviera a ser una potencia militar que los rivalizara, y se marcharon a sus campos, a seguir viviendo su tranquila vida agreste en el valle del Eurotas.
Nos dice Murray que la derrota de Atenas fue más importante que la victoria espartana, pues en ella se veía la caída de todas aquellas cosas por las que la ciudad había estado tan orgullosa, de su sabiduría, su elevada civilización, su sistema político, todos contaminados por la guerra y tornados en mera brutalidad, renombrada a través de Grecia. Nadie trató de llenar el vacío dejado por Atenas en Grecia, y ninguna otra polis se volvió a sentir como Atenas se sintió en el siglo V a.C. Este ideal de polis, encarnado por Atenas, había concentrado sobre sí misma toda la lealtad y aspiraciones de la mente griega. Proveía seguridad material y sentido religioso, y con la derrota de Atenas todo esto acabó. En el siguiente siglo vemos el surgimiento de confederaciones de tribus y, luego de Alejandro El Grande, grandes monarquías militares, como nuevas unidades políticas en los territorios griegos. Los mejores ciudadanos ya no gobernaban el expirado organismo político y social de la polis, como en el Siglo de Oro, sino que, más bien, desilusionados y frustrados, se habían alejado de la política. Algunos griegos sintieron este gran vacío, y urgieron a que alguien, espartanos primero, o luego macedonios, llenara dicho vacío, tomando la batuta civilizatoria, de las bellas artes y de las empresas intelectuales, contra el barbarismo incipiente; sin embargo, ninguno de estos dos pueblos estaba dispuesto, o era capaz, de llenar el vacío que Atenas había dejado.

Es en la filosofía, nos dice el autor, que vemos la más rica y variada reacción a este Gran Fracaso. Platón estaba asqueado con la democracia y con Atenas, pero mantuvo fe en la ciudad, si tan sólo se pudiera enderezar su curso, y en efecto escribió sus La República y Las Leyes como tratados detallando su visión de una ciudad ideal. Irónicamente, Platón fue presentado con un par de oportunidades para poner a prueba sus ideas, primero con la Oligarquía de los Treinta, en Atenas, y luego con Dioniso el Joven, en Siracusa, y en ambos casos los resultados fueron una gran decepción. Sin embargo, a pesar de todo, Platón nunca perdió su fe en la polis como unidad política y modo de vida. Jenofonte, sin embargo, y al cual ya nos referimos antes, tuvo una respuesta muy diferente. Exiliado de Atenas, soldado brillante, gran aventurero y hombre de letras, Jenofonte fue tal vez el primer griego en perder interés en la polis. Pensando menos en la ciudad-estado y sus constituciones, y más en grandes hombres, naciones, generales y ejércitos, pensaba vano dedicar tiempo a diseñar leyes y comunidades ideales. Con la presencia de un gran hombre al mando, una sociedad va a estar suficientemente bien, algo que ejemplificó en su texto titulado Ciropedia, y luego encontraría en Agesilao, rey de Esparta, alguien que encarnaba su idea de un héroe en vida.
Es posible que hayan llegado hasta esta parte del texto preguntándose qué tiene que ver todo esto con la religión griega. Sin embargo, como se dijo al inicio, es vital comprender el período de crisis civilizatoria, política y cultural, en el que se encontraba Atenas, y por extensión parte de Grecia, en el siglo IV a.C., para comprender el vacío intelectual, moral y religioso que llegaron a llenar las diferentes escuelas filosóficas de la época. Porque, en efecto, dichas escuelas no eran simplemente corrientes de pensamiento, grupos de ancianos ociosos, discurriendo sobre asuntos abstractos e intelectuales, sino que también cumplieron un papel muy tangible en responder la pregunta, esencialmente religiosa, de cómo debe vivir el hombre su vida. En el próximo artículo vamos a exponer la fundación, preceptos, fortalezas y debilidades de la escuela de los cínicos, enfocándonos en las figuras de Antístenes y Diógenes.