2. Los Olímpicos VI/VII
"Cinco etapas de la religión griega" (1955), por Gilbert Murray
Esta publicación es parte de una serie, ¿ya leyó la parte anterior?
En esta ocasión, ya acercándonos al final de esta etapa, abordamos la sexta parte de siete concernientes a la segunda etapa de la religión griega, los Olímpicos, según “Cinco etapas de la religión griega”, en su tercera edición (1955), por Gilbert Murray (1866-1957). Continuando con el análisis iniciado en la publicación anterior, hoy explicamos en qué consistió la religión olímpica abordada no como un fin o meta alcanzada, sino como un movimiento, un proceso, un impulso griego. Murray descompone este esfuerzo vital olímpico en tres elementos principales, a saber: i) la purga moral de ritos antiguos; ii) el ordenamiento del caos; y iii) la adaptación a nuevas necesidades sociales.

Sobre el primero, el gradual desarrollo e implantación del sistema olímpico, por encima del saturniano previo, en gran medida desplazó y erradicó, o al menos cubrió con un velo de decencia, una gran masa de ritos preocupados por el suministro de comida y de nuevos miembros de la tribu, particularmente enfocados en la estimulación de procesos generativos. En su lugar dejó solamente algunos rituales místicos y reverendos, algunos pocos espacios para la liberación de indecencia desenfrenada, circunscritos en la comedia y festivales agrícolas. También removió en gran medida el culto de los muertos, el cual daba rienda suelta a la superstición. Todo esto era considerado por el movimiento olímpico vulgar, semi-bárbaro y sangriento, primitivo y de mal gusto. Otra cosa que también reprimió, al menos por unos dos siglos, fue el culto del hombre-dios, es decir, la glorificación y divinización de algún hombre mortal de grandes capacidades, el elevar drásticamente por encima del resto a algún personaje y entremezclarlo con lo divino y sagrado; algo que sin embargo regresó luego con la caída del helenismo clásico. En este período clásico y olímpico, este impulso fue reprimido por un ambiente que urgía al hombre a usar todos sus poderes de pensamiento, de coraje y resistencia, de organización social e ingenuidad, pero con igual fuerza lo urgía a recordar que era un hombre al igual que cualquier otro, sujeto a las mismas leyes y destinado a encontrarse con la muerte sin distinción alguna.
Con respecto al ordenamiento del caos, el autor nos cita las palabras de Anaxágoras ingeniosamente alteradas: “en la religión temprana todas las cosas estaban mezcladas, hasta que el sistema homérico llegó y las ordenó”. Nos dice Murray, muy penetrantemente, y como se ha venido ejemplificando, que en el panteón griego a menudo podemos encontrar seres que se pueden describir como πολλῶν ὀνομάτων μορφὴ μία, es decir, como una misma forma pero de muchos nombres. Previamente, cada tribu, cada comunidad, a menudo hasta cada casta profesional, poseía sus propios dioses. En el sistema olímpico vemos la amalgamación de esta miríada de dioses en un puñado ya numerable y claramente distinguible de dioses. Hay una gran simplificación y fusión de dioses con competencias y características similares, si bien dicho ordenamiento no es absoluto, y aún en el sistema olímpico sigue habiendo algunos traslapes entre algunas deidades; la imaginación griega y la fuerza local a menudo eran muy poderosas y se resistieron a dichos impulsos.
Podemos ilustrar esto con el ejemplo de la figura divina de la κόρη, la muchacha sagrada. Las κόραι de Chipre, Citera, Corinto, Érice y otros lugares se percibieron como una misma, y fueron absorbidas por la gran figura de Afrodita. Ártemis hizo lo mismo con una cantidad aún mayor de diosas locales, e inclusive podemos ver una tensión interna entre la κόρη de Delos, que tendía hacia la virginidad ideal, y la de Éfeso, como vimos en el artículo previo, que más bien tendía hacia la fertilidad ideal. Sin embargo, a nivel del panteón olímpico seguimos teniendo κόραι como Atenea, Afrodita y Ártemis, en lugar de una sola, marcando el límite de dicha absorción y simplificación. Algo equivalente ocurrió con los κοῦροι, los jóvenes divinos, reduciéndose a las figuras de Apolo, Ares, Hermes, Dioniso, etc. Estas figuras olímpicas, a diferencia de los innumerables dioses que absorbieron, y en gran medida ayudados por el poder transformativo de la ficción y el romance, terminan siendo ya figuras definidas, cristalizadas, con caracteres claros y personalidades establecidas; estos dioses ya no se iban a mezclar o transformar o ser absorbidos en otros de manera sencilla.
El mejor ejemplo documental de este impulso ordenador es la poesía de Hesíodo, quien compuso tres poemas distintos, todos ilustrando este proceso. Su “Teogonía” realiza una genealogía y jerarquía de todos los dioses griegos; su “Catálogo de mujeres” y “Grandes Eeas”, de las cuales sólo sobreviven algunos fragmentos, intenta sistematizar la mezcla de sueños y presunciones y leyendas e hipótesis por parte de las familias reales de Grecia central sobre sus antepasados divinos; “Los trabajos y los días” trata de coleccionar y ordenar el confuso conjunto de reglas y tabúes relacionados con la agricultura.

El tercer y final elemento en esta reforma homérica es un intento por hacer que la religión satisficiera las necesidades de un nuevo orden social. La antigua religión griega estaba originalmente basada en la tribu, en un grupo de personas emparentadas y viviendo juntas, con las mismas tradiciones, antepasados, iniciaciones, rebaños y campos. Sin embargo, debido a las transformaciones sociales del período arcaico, el cual se caracterizó por migraciones, colonización, expansiones y, de manera particularmente importante, por el afianzamiento de la πόλις, la ciudad-estado, como nueva unidad social, cultural y política, transformaciones además precedidas por el desplazamiento tribal consecuencia de la invasión de los dorios siglos antes, debido a todo esto, de nuevo, la antigua religión se encontraba ahora desfasada y desnaturalizada con respecto al cuerpo de personas que la seguían y la realidad de ellas. En la competencia entre polis y tribu, los dioses olímpicos tenían una gran ventaja negativa, la cual es que estos no eran tribales ni locales, sino, como se vio, de cierta manera generales, sin raíces fuertes en parte alguna, aunque se pudieran identificar con dioses locales aquí y allá. Además, se encontraban repletos de fama y belleza y prestigio. Estaban listos para volverse πολιοῦχοι, los protectores de las ciudades, así como ἑλλάνιοι, los patrones de Hellas, de Grecia.

En la última parte de esta etapa veremos si la religión olímpica logró su acometido en estos tres puntos recién expuestos, así como cómo y por qué llegó a un final.