1. SATURNIA REGNA III/V
"Cinco etapas de la religión griega" (1955), por Gilbert Murray
Esta publicación es parte de una serie, ¿ya leyó la parte anterior?
Retomando el hilo de las publicaciones previas, hoy les compartimos la tercera parte de cinco concernientes a la primera etapa de la religión griega, los Reinos Saturnianos (“Saturnia Regna”), según “Cinco etapas de la religión griega”, en su tercera edición (1955), por Gilbert Murray (1866-1957). Si bien en la publicación anterior se empezó a ahondar en el concepto de deidad primitiva o pre-olímpica, en el contexto griego antiguo, ahora se brindarán ejemplos concretos, o, si se quiere, ejercicios en el desenterrar y reconstruir, tentativamente, dichas divinidades.

La tesis de Murray es que los dioses olímpicos que todos conocemos se impusieron sobre deidades previas, las saturnianas, y absorbieron sus atributos, cualidades y cultos, agregando todo esto a lo que ya les era propio desde antes. Y antes de continuar, ¿cuál es este “antes”? Pues bien, el autor nos hace saber que dichos dioses olímpicos, como sería natural, fueron traídos por los aguerridos norteños que, tras sucesivas invasiones a la península balcánica (proceso que duró aproximadamente del segundo al primer milenio a.C.), se fueron asentando y, tras largos siglos de dominación y cohabitación con las poblaciones indígenas (colectivamente llamados “pelasgos” por los griegos clásicos), dieron origen a la masa heterogénea de pueblos que hemos llegado a conocer como “griegos”. Así, los dioses saturnianos vendrían a ser aquellas deidades autóctonas, más matriarcales, sedentarias y vegetales, contrapuestas a las más patriarcales, nómadas y celestiales de los invasores (caracterizaciones famosísimamente expuestas por el historiador de la religión y la mitología Mircea Eliade). Bajo esta línea, entonces, la imposición no fue únicamente política y lingüística, sino también religiosa, si bien lo último ocurrió más bajo un largo proceso de absorción y desplazamiento orgánico que como un esfuerzo consciente y organizado.
Bien, regresando, el autor recurre a los tres grandes festivales religiosos de la antigua Atenas para ejemplificar dicha tesis: la Diasia, las Tesmoforias y las Antesterias. La Diasia era el principal festival dedicado a Zeus, la figura central de los Olímpicos y, para ser más específicos, a Zeus Meiliquios, epíteto que significa “gentil, tranquilizador, protector”, el Zeus del Apaciguamiento. Para Murray los epítetos son sospechosos, y básicamente apuntan hacia la deidad pre-olímpica absorbida y desplazada por el ahora portador del epíteto y, en efecto, la evidencia parece indicarnos que Zeus tenía poco o nada que ver en dichos ritos, mientras que la obscura figura de “Meiliquios” es la que ocupa un lugar central. En relieves antiguos vemos a Meiliquios no como una deidad antropomórfica, sino como una gigantesca serpiente barbada, una representación característica de poderes del inframundo, contrapuesta a la característica uranicidad de Zeus. A veces dicha serpiente se encuentra sola, a veces se yergue enorme sobre diminutos humanos que la veneran; y, eventualmente, en algunos relieves dicha figura desaparece del todo, siendo reemplazada por un benevolente dios antropomórfico, padre de dioses y hombres, aparentando que siempre estuvo ahí. En la Diasia se realizaba un sacrificio, pero, por la forma en que se realizaba, es evidente que no era un sacrificio a Zeus ni a los dioses celestiales, a quienes los hombres sacrifican mediante un festín, donde una parte era consagrada a los dioses y los suplicantes devoraban el resto. Sin embargo, en la Diasia la víctima entera era inmolada hasta que no quedaran más que cenizas, de manera tal que ningún mortal pudiera consumirla; en efecto, este es un sacrificio característico del aplacamiento de los poderes subterráneos, los χθόνιοι, “los de abajo”, los muertos y sus señores, y el sacrificio era realizado “μετὰ στυγνότητος”, es decir, de manera melancólica, en un ambiente tenebroso, con escalofríos y repulsión. Este era, entonces, un ritual de aplacamiento a las desconocidas furias de la obscuridad infra-terrenal, de expiación de elementos contaminantes y peligrosos, y Meiliquios, “el Aplacador”, era la personificación de esta sombra generada por la emoción ritualista y las pasiones asociadas.

Las Tesmoforias eran el gran festival dedicado a Deméter, diosa vegetal y de fertilidad, y a su hija Kore, también conocida como Perséfone. En este caso Deméter también aparece con un epíteto, “Tesmófora”, “dadora de leyes”. En dicho festival las mujeres portaban varios objetos rituales, como talismanes mágicos y varias figuras hechas de masa, relacionados con la fertilidad; también se sacrificaban cerdos, específicamente siendo lanzados a profundas grietas naturales, de donde luego se recogían sus restos descompuestos y se esparcían por los campos, una vez más para asegurar la fertilidad de ellos. Hay más rituales mágicos, más objetos sagrados, un ayuno seguido por una celebración, y, como ya se vio, una desaparición de la vida hacia los confines de la tierra y, posteriormente, su resurgir y renacer (mediante la futura cosecha de los campos), pero es muy difícil encontrar algo que nos señale específica e inequívocamente a Deméter en todo este festival. En este caso la figura sagrada es una cerda, y el epíteto es “Tesmófora", “la que porta los θεσμοί”, las leyes, ordenanzas y reglas sagradas; figuras que, de nuevo, parecen emanar y encarnar el ritual mismo, y donde lo olímpico no tiene lugar alguno discernible.

El tercer festival, las Antesterias, estaban asociadas a Dioniso, y se reputa como el festín más antiguo de dicho dios. Superficialmente sí parece haber una mayor relación con dicho dios, existiendo una temática asociada al vino y explícitamente dándosele su lugar al dios, pero cuando se ahonda más se nota su verdadero carácter telúrico, de aplacamiento de los muertos. Para empezar, todos los días del festival eran nefastos, de mal agüero. Desde el primer día se abrían las jarras de vino, que también eran jarras fúnebres, y los espíritus de los muertos salían y recorrían el mundo. Incontables e innominados, los fantasmas eran despertados de sus tumbas y se festejaba en su honor, con cada hombre convocando sus propios espíritus a su casa, y comportándose de manera cuidadosa y abstinente para prevenir cualquier ofensa. Una vez apaciguados, los fantasmas son removidos de este mundo de nuevo, y las calles y casas purificadas de la presencia de los muertos. Una vez realizado esto, ocurría un matrimonio ritual, la unión de la esposa del sacerdote (en época previa, el “rey sagrado”, en época histórica degradado a un cargo civil-administrativo con responsabilidades religiosas, el ἄρχων βασιλεύς) y el dios en cuestión, lugar ocupado por el anteriormente mencionado Dioniso ya en época clásica. Sin embargo, se debe notar que el lugar donde ocurre el matrimonio ritual es un βουκόλιον, el establo de un toro, lo que nos apunta a una deidad animal, no antropocéntrica, como la original en dicho festival. Y bueno, ¿qué tiene que ver la invocación de los muertos con el matrimonio divino posterior? La conjetura de Murray es que dicha invocación y purificación de los espíritus es necesaria para que, una vez se dé la unión ritual, la fecundidad de dicha unión genere una nueva generación de ánimas, no más que los finados ancestros recién purgados y aplacados, vueltos a nacer en una nueva generación de niños y cultivos, regenerando y continuando así la estirpe y el sustento del grupo, de la tribu.

En los tres ejemplos anteriores vemos cómo el dios olímpico se desvanece ante un escrutinio más cuidadoso, y cómo en realidad poseemos, en primer lugar, un ambiente de temor, luego una secuencia de ceremonias mágicas, y en tercer lugar una emanación y personalización de los dos pasos previos, o bien, como en el caso de las Antesterias, la presencia de un animal sagrado. Animales sagrados como la serpiente, la cerda y el toro son posteriormente considerados “atributos” o “símbolos” de los dioses olímpicos, pero para Murray los “atributos” vinieron primero, y los dioses son los agregados. Hay un “maná”, una energía vital, que permea a dichos animales, y que está en el centro de las experiencias y emociones religiosas, tema a elaborar en la cuarta parte de estas publicaciones sobre "Saturnia Regna".